Entrevista a Víctor Moreno: «Preferiría no leer»

Entrevista a Víctor Moreno de Ander Pérez en Berria (versión en euskera)

 

 

Para ser lector no basta con saber leer. ¿Qué más hace falta?

Si lo supiera, hace tiempo que habría montado un gabinete para hacer lectores. En serio: nadie lo sabe. Cada persona es un caso distinto. No existen fórmulas, ni caminos uniformes para hacerse lector. Lo que en unos casos sirve, en otros no. La experiencia lectora es un hecho individual específico. Extraer consecuencias generales de algo particular, no solo es dañino para entender dicho fenómeno, sino una falacia. Los caminos de la lectura son diversos. Intervienen condiciones objetivas, desde luego, pero, sobre todo, subjetivas, como el carácter, el temperamento, la emoción y, por supuesto, el ADN lingüístico, del que apenas sabemos.

Está claro que el discurso de las bondades de la lectura no ha calado entre los adolescentes. ¿Por qué?

Porque no goza de una constatación verificada empíricamente. ¿Qué adulto puede presentarse ante los adolescentes y decir: «Lo que estáis viendo es resultado de mis lecturas»? El descojono sería total si lo hiciera. Nadie es producto de sus lecturas. Nadie es lo que lee. Somos producto de un conjunto de variables dialécticas y contradictorias. Además, tales bondades no atraen al adolescente. Decirle que leyendo será más crítico, más creativo, mejor persona, más demócrata, más cosmopolita, más ético e, incluso, más solidario y más sexy, además de constituir un catálogo de falsedades, son peticiones de principio.

Tú hablas de la publicitación de los efectos casi farmacéuticos.

El discurso sobre los efectos de la lectura ha alcanzado esa categoría hace ya unos cuantos lustros. Se ha hecho de ella una especie de farmacopea, válida para curar cualquier tipo de enfermedad o carencia existencial o intelectual. La lectura sirve para mitigar cualquier dolencia. Leer es garantía de salud. Hay quien habla del efecto Stevenson, del efecto Agatha Christie y del efecto Cervantes. Quien lee al primero es imposible que se convierta en corrupto, dada la cantidad de adrenalina ética que adquirirá cortejando sus páginas; quien lea a la segunda se transformará en un ser empático y solidario a pesar de leer a la autora que más asesinatos ha cometido por novela escrita; y quien lea al tercero será cosmopolita, universal, enemigo de nacionalismos e independentismos radicales (quizás, esa sea la razón por la que nadie lea el Quijote). Si tales efectos fueran ciertos, sería del género idiota no leer.

¿Qué aporta realmente entonces la lectura?

Quien se enfrenta a la lectura de un libro tiene que solventar el impacto cognitivo, metafórico, lingüístico, ético y existencial que conlleva dicho acto. La lectura es una experiencia intelectual y emocional. En ese esfuerzo por divertirse, comprender, interpretar y valorar lo que leemos es probable que nos leamos, que deseemos saber más de nosotros mismos, de esto y de lo otro. Pero de ahí a cambiar, a transformarnos, a ser de otro modo, me temo que estamos entrando en otro camarote, y no precisamente de los hermanos Marx. Nadie cambia leyendo. Y menos todavía leyendo best sellers, que es lo habitual. Tampoco a Hegel, claro.

¿Habría que relativizar sus efectos?

No. Yo no niego que la lectura produzca unos efectos. Lo que reclamo es que quien dice que cambia leyendo, que sufre sus efectos transformadores, estaría muy bien que diese un paso al frente y dijera con qué libro los ha experimentado. Se trataría de subjetivizar el discurso de la lectura, describiendo sus hipotéticos mecanismos de transformación y efectos colaterales que produce en cualquier orden de la existencia. Aún no he escuchado a un pederasta decir que lo sea por haber leído al marqués de Sade y, tampoco, a alguien que se haya metido a una ONG aduciendo que lo hizo después de leer Las moradas, de Teresa de Ávila, que podría, claro.

Existe también una imagen de la lectura asociada a lo aburrido, a lo pesado. ¿Se asocia a la realidad? ¿Cómo se cambia?

Es que hay libros aburridos y pesados. ¡Para qué nos vamos a engañar! Pero el concepto de aburrimiento y de pesadez está en relación directa con los objetivos que uno se plantea cuando lee y en función de su educación lingüística. Si buscas divertirte, pasarlo bien, pues es lógico que no leas un artículo de Sánchez Ferlosio o una novela de Benjamín Jarnés. O, sí. Nunca se sabe. Pero la lectura como tortura sería lo último. Lo mismo que escribir como flagelación. Cuanto menos sabe uno de literatura, más posibilidades tendrá de aburrirse con los libros que lee. Claro que, cuando uno es lector y sabe qué tipo de lector es, raro será que se aburra. Sabe perfectamente qué libros tiene que leer. La lectura es una actividad solitaria, autista, íntima y rumiante, pero ¿aburrida y pesada? Habrá que concretar con qué libros y con qué autores se aburre uno. Cuando un libro y un lector se repelen, ¿quién tiene la culpa?

¿Cuál es la responsabilidad del sistema educativo en la falta de interés por la lectura?

En haber fundamentado y transmitido una enseñanza de la lengua y de la literatura sobre las bases de la verborrea y donde la lectura ha sido siempre un medio para examinar la capacidad de comprensión e interpretación del alumnado, y no un fin para pasárselo bien, hablando de los libros que se leen libremente y escribiendo, incluso, sobre ellos. El sistema educativo ha hecho de la lectura y de la literatura un potro de tortura para muchos adolescentes. Tanto que lo mejor que podría hacer el sistema es olvidarse de los clásicos. Pues clásico que toca, clásico que odian los adolescentes.

¿Es posible evaluar la lectura?

La lectura personal, la que uno hace para sí mismo no se puede evaluar. Porque la lectura lo que moviliza son partículas emocionales e intelectuales personales, relacionadas directamente con la propia memoria y el potencial mental que uno tenga. De esto, solo es posible hablar voluntariamente, pero someterlo a un examen inquisitorial sería una forma de violencia.

Lo que sí se puede y debe evaluar son las competencias que subyacen en el acto lector, pero se evaluarán si se enseñan como contenidos y procedimientos de aprendizaje, es decir, si se han cultivado en clase mediante prácticas lectoras que busquen la finalidad de desarrollar dicha competencia lectora.

La lectura exige valores y momentos que no van de la mano en la aceleración de la sociedad actual. ¿Es posible construir esos espacios/momentos?

No solo es posible, sino deseable. El sistema educativo, no solamente debe desarrollar la competencia lectora del alumnado, sino, también, habilitar espacios de lectura alejada de los parámetros tradicionales y en los que alguien lee lo que desee sin estar presionado por un cuestionario estándar. La lectura se hace, no se dice. El sistema educativo debe proporcionar prácticas de lectura individuales, en silencio, sin prisas, sin pedir nada a cambio, sin utilitarismos escolares, sin presiones de ningún tipo, sin exámenes posteriores; proporcionar lecturas gratuitas nunca sometidas a un régimen de evaluación; y, también, lecturas compartidas con los demás donde cada uno exprese su particular emoción intelectual al leer tal o cual obra, elegida libremente, fuera del concurso del programa académico. Mientras esto no sea posible, el alumnado saldrá del sistema educativo con una actitud negativa respecto a la lectura. La propia sociedad, que está en las antípodas del cultivo de valores presentes en la lectura, se encargará de hacer el resto.

Eso conlleva un esfuerzo de los lectores. ¿Estamos dispuestos a asumirlo?

Si la lectura de un libro satisface una necesidad personal, la palabra esfuerzo no existe. La sarna con gusto no pica.

Son los lectores quienes desean que los no lectores lo sean. ¿Por qué?

Forma parte del discurso dominante, de la publicidad y del sistema productivo en el que está inserta la venta y promoción de los libros que se escriben. La producción y venta de libros genera muchos millones de euros en este país. Quienes están más interesados en vender son quienes han elaborado un discurso fundamentalista basado en os efectos de la lectura. La lectura, aunque no guste que se diga, forma parte del consumo. Y el consumo es dinero.

Cuanta más lectura, más conciencia social y aproximación a la izquierda. ¿Es eso cierto?

Se puede tener una conciencia social exquisita sin haber leído jamás un libro. Tradicionalmente, la izquierda ha sido más ignorante y menos culta que la derecha; y mucho menos leída. Por el hecho de leer nadie adquiere más conciencia social y política que quien no lo hace. Leer no te hace automáticamente de izquierdas. De hecho, muchos obispos de este país son lectores empedernidos y, que se sepa, solo votan a Dios, que es de derechas de toda la vida. Sin olvidar que el facha Federico Trillo era traductor de Shakespeare. Lo mejor que podemos hacer con este tipo de relaciones conductistas es mandarlas a la mierda. Es su lugar natural. Ser creativo y crítico no es privativo de ninguna clase social. Ni de ningún individuo.

 

preferiria

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