Abel Azcona en Los Caídos

Sangre y materias fecales
(sobre la exposición de Abel Azcona)

Peio Izcue Basail

 

«El domingo, durante un happening frente a un público distinguido, Otto Mühl y Hermann Nitsch presentaron su show Sangre y Materias Fecales. Con este motivo, unas aves de corral fueron degolladas, la sangre se mezcló con materias fecales para embadurnar el cuerpo desnudo de varios miembros del grupo Mülh.»
   Así narraba una agencia de prensa una de las más famosas performances del accionismo vienés en 1970. 45 años más tarde, Abel Azcona utiliza unas tácticas análogas para provocar al público pamplonés, cuyo sector más conservador ha reaccionado con una beligerancia que obviamente ha maravillado al artista. El círculo provocación-denuncia-publicidad se ha cerrado como en el mejor de los diseños de una campaña de marketing. Y ese tal vez es el campo en el Azcona es un verdadero artista, el de la publicidad, el de la fama y el estrellato, al más puro estilo de Lady Gaga o Miley Cirus.
   Si muchos de los que convivieron con el accionismo vienés ya eran conscientes de que las obras en sí no eran muy potentes, sí consideraban que en ese momento eran necesarias porque la sociedad vienesa rayaba el fascismo en su conservadurismo. Ahora bien, ¿realmente creemos que a día de hoy las religiones son un enemigo a batir por el arte crítico?
   Una de las verdades del arte descansa en su poder para quebrar el monopolio de la realidad establecida, pero las acciones de Azcona, en su espectacularidad y superficialidad, parecen alejarse de este principio. Es evidente ya que en Occidente la hegemonía cultural la ostenta el propio sistema capitalista, mucho más allá que la propia religión. Parece hace tiempo claro que la metafísica religiosa está siendo sustituida por la metafísica del capitalismo, del que Azcona es un ferviente creyente como gran emprendedor que es. Es por esto por lo que Azcona solo ataca ese flanco del poder, que parece en franco retroceso. Sus representaciones, que citando a Jameson podríamos decir que se mueven en «lo sublime histérico», no atacan nunca al capitalismo que es donde él pretende ser integrado por la vía del star-system. Parece compartir con grupos como Femen el ser el ariete del sistema contra ese residuo antropológico no regido por la lógica del mercado y que debe ser eliminado por incompatible.
   En toda esa ecuación quedan muchas víctimas por el camino. Queda el ayuntamiento de Bildu, que con toda su buena voluntad y tal vez ingenuidad ha promovido esta exposición en pro de la libertad artística y quien va a ser brutalmente atacado. Quedan muchos progresistas del entorno de la cultura que han apoyado a Azcona creyendo firmemente en la reivindicación de los derechos de los gays y en la denuncia de actividades terribles como la pederastia o la prostitución impuesta por la violencia o la pobreza. Y quedan sobre todo las propias víctimas de la violencia del sistema, entre las que se encuentra el mismo Azcona.
   Es sabido que para cometer cualquier atrocidad, el verdugo tiene que cosificar a la víctima, olvidarse de que es una persona. Decía Theodor Adorno que ante esto, el arte debe entonces actuar como memoria, como recuerdo al dolor de las víctimas. Pero contrariamente a esto, Azcona no recuerda, vuelve a cosificar a las víctimas, ofreciéndolas al sacrificio del mercado del arte. Poniéndose, por supuesto él, el primero en la fila.

Peio Izcue Basail

 

 

Desenmascararlo

Cavalo Morto

 

El problema no es la exposición ni las hostias, sino que Abel Azcona (en adelante, el artista) os ha engañado. Al artista le importa un carajo la memoria histórica. Le importan un pimiento los asesinados a partir del 36 en Navarra por requetés y falangistas. Le importa una mierda el sufrimiento de sus familiares y el silencio y la marginación al que aún se ven sometidos. El artista solo se preocupa por sí mismo. Mirad las fotos de la exposición. Todas son sobre él mismo. Todas son autorretratos en un escenario que no le importa y con unas personas que solo son atrezzo para una de sus ególatras performances. Mirad la exposición: sólo habla del artista, de su trayectoria, de sus proyectos, de él, de él, de él, de él. Ni siquiera ha tenido la decencia de aislar su proyecto sobre lo que él entiende por memoria histórica y hacer que discutiera abiertamente con el edificio. No, ha tenido que mostrar toda su obra, toda su vida. Su autorretrato. Os ha engañado.
Cuando el artista viene a Pamplona se va de vinos con Sergio Sayas. Cuando sale de vinos por Madrid lo hace con Cristina Cifuentes. Cuando el desahuciador Miguel Leache expuso sus indignas fotografías le mostró todo su apoyo. Al artista le es indiferente cualquier cosa que no pase por su propia promoción. Resulta que el artista es un fascista que se traviste según le conviene. El artista es un impostor y os ha engañado. O engañó cuando en mayo realizó aquel “enterramiento” virtual de toda aquella gente ante el monumento. Aquí no hacen falta enterramientos falsos de nadie porque aún hay muchos desenterramientos reales que realizar. Aquí no hace falta acciones simbólicas ni requiebros conceptuales porque hay muchos huesos reales desperdigados por campos y cunetas. Aquí hay muertos de verdad, cunetas de verdad, asesinos de verdad y monumentos infaustos de verdad con criptas que albergan criminales de verdad. Nadie lo sabe mejor que vosotros. Vosotros habéis sufrido y habéis luchado lo indecible. Y ahora el artista se ha aprovechado de vosotros.
La lucha por la memoria histórica en Nafarroa no se merece este artista ni se merece vuestro error. La lucha contra el indigno monumento que aún alberga los restos de Mola y Sanjurjo no se merecía esta pantomima frívola y vacía de contenido. Esta farsa a mayor gloria de un simple payaso irresponsable y fatuo. En esta tierra se ha muerto mucho y mal. Se ha llorado mucho. Se sigue llorando mucho. Se ha sufrido, se ha luchado, se ha resistido, se seguirá resistiendo.
El infame monumento a los asesinos del 36 merece que acabemos con él a través de una acción colectiva y contundente. Una reflexión seria y sin vacilaciones. Una acción que recoja todo el dolor, toda la rabia y toda la experiencia en la lucha por la memoria durante tantos y tantos años.

Cavalo Morto

 

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ANTECEDENTES
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Seguid así, muchachos

Ernesto Castro

 

Hecho un Cristo: los pies por delante, el cuerpo arañado y todo lleno de excrementos. Así salió Abel Azcona el pasado jueves 15 agosto de la galería de Madrid donde estaba haciendo Dark Room, un performance que consistía en pasar dos meses confinado, sin contacto alguno con el exterior. Apenas ha podido aguantar el artista 42 de las 60 jornadas de absoluta oscuridad inicialmente previstas, hallándose desde la segunda semana en un estado mental rayano el catatónico y haciendo cosas raras a las 72 horas del encierro, como mearse por ejemplo sobre su propia comida. Llega el cuarto día de clausura: «Nos preocupan heridas en el rostro, con visionado nocturno percibimos que son de arañazos al rascarse compulsivamente», escriben en su telegráfico cuaderno de bitácora los celadores de Abel Azcona, malhadado conejillo de Indias de sí mismo. Según declaraciones del pamplonico, el objetivo de este especial encierro era profundizar hacia una identidad personal genuina apartada del mundanal tráfico de información. «Perder la noción del tiempo y de mi propio yo. Construir una identidad no contaminada.» Alguien podría y debería haberle advertido que el Mito de la Caverna cuenta otra cosa, que sin luces y sombras no hay sujeto. Y sin sujeto, bueno, sin sujeto no hay nada. Y cuando digo nada: «Gran descoordinación de cuerpo. Gran suciedad y falta de higiene. Extrema delgadez. Comportamiento ilógico, sonidos, gritos o movimientos espásticos», vuelven a anotar cuatro días antes del precoz final de Dark Room. Por desgracia ignoramos si el resultado del experimento termina siendo que los performers globetrotters ni nacieron ni se hicieron para vivir en cautiverio (24 horas antes de Dark Room Abel Azcona estaba en una sesión de fotos en Pamplona: malos preliminares preparatorios para el retiro son las angulares y los flashes) o si resulta que el anatnam budista era esto. ¿Ha alcanzado Abel Azcona el Nirvana?

   Llamadme cartesiano, pero me inclino por la primera opción. Que los posturitas del mundo del arte carecen de la entereza psíquica que mantienen algunos secuestrados es algo que vino a confirmar en sus propias carnes Omar Jerez. El artista granadino quiso hace tiempo emular el secuestro de Ortega Lara, 530 días en un zulo de seis metros cuadrados, sólo que la recreación artística tenía una duración estimada en una semana y poco; ni eso pudo el bueno de Omar Jerez, quien siete días después de iniciada la acción hablaba consigo mismo a solas mientras una barba mesiánica adornaba su mentón. Ya se sabe, en esta competición por aguantar la respiración bajo el agua que viene siendo el paradigma performático contemporáneo, quien no se hace disparar (Chris Burden) se hace crucificar (Chris Burden again), pero nunca ha habido dos copiones tan seguidos del artista nacido en Boston como Abel Azcona y Omar Jerez. Tantos días ha durado Dark Room como años han pasado desde que Chris Burden presentara Locker Piece, una tesis doctoral que consistía en pasar cinco días embutido en su propia taquilla. 1971 queda muy lejos como para que ahora vengan estos asaltatumbas a saquear las acciones de otros, aunque la palabra plagio quizá carezca de sentido para gente como Abel Azcona y Omar Jerez, que tan dispuestos están a sacrificarse por una sociedad que pasa del tema. Ante acciones taaaan auténticas, sin embargo, la estricta observancia del copyright es casi un insulto. Cada vez cara a cara con la muerte o la locura siempre parece como si fuera la primera, irrepetible y recóndita ocasión, aunque luego la documentación del momento trascendental se venda a precio de saldo, por multiplicado y con copia de artista. A fin de cuentas, a los niñatos que quieren hacer un Werther Jr. o un Harry Houdini nadie les cobra el canon. ¿Por qué habría que racanear las antiguas pesetas a las novísimas promesas del estrellato artístico nacional?

   Sea como fuere, Abel Azcona y Omar Jerez comparten algo más que etimología. Tienen en común, para empezar un manifiesto que presentaron en el Círculo de Bellas Artes a mediados de marzo de este año. Según algunos, el suceso artístico madrileño más relevante desde que los integrantes de la generación del 27 frotaran sus prepucios contra los tranvías de la capital. Según otros, una bobada desglosada en trece puntos. Los artistas posaron ante las cámaras con los pantalones bajados. Y así entiendo yo su Teoría Involuntaria de una Muerte Confrontada (TIMC), como una señora bajada de pantalones, una emulación vicaria del modernismo, una chiquillada sin mucha gracia. Sin nada que ofrecer salvo su propia muerte en streaming, estos proletarios del posturing performático declararon su voluntad de arriesgar la existencia en defensa de sus creencias políticas. Una lástima que éstas, las creencias susodichas, brillen por su ausencia o se acomoden a los consensos liberales de extremo centro, según los cuales Bildu es ilegal y ellas paren, ellas deciden. Se creen meritorios de una bala en la nuca Abel Azcona y Omar Jerez solo porque han criticado el Islam, la Iglesia o ETA, cuando en verdad el mutismo y la indiferencia son el tratamiento óptimo para tanta ingenuidad ideológica, la suya propia. ¿Acaso los terroristas no tienen nada mejor que hacer? No se enteran de la misa la media. Si nadie dijo esta boca es mía cuando Omar Jerez se paseó disfrazado de víctima por las calles de San Sebastián no fue desde luego porque los vascos tengan miedo a alzar la voz, como piensa el artista cuando define Euskal Herría como una sociedad de susurros, sino todo lo contrario: una puesta en escena tan evidente y carnavalesca no merece la conocida verbosidad eusquera, mucho menos aún los disparos de una banda armada inactiva y en pax perpetua, cuyo improbable retorno a las armas no tendría además por qué atemorizar a los comisarios del Guggenheim o de las galerías de Bilbao —ciudad donde llevan tiempo expuestas, por cierto, algunas viñetas de humor contra los malos malísimos de la película política de la Transición. En cuanto a Abel Azcona, ¿qué decir? El chico de los ojos verdes se merendó una traducción castellana del Corán, quizá ignorando que la versión sagrada del libro está escrita en árabe, masticando así unas páginas cuyo valor calórico equivale a una quema masiva de Harry Potter, esto es: solo puede afectar y epatar a los niños. En suma, perfomances presuntamente perturbadoras y provocadoras al servicio del secularismo y del Imperio de la Ley, lo cual resulta tan incorrecto en términos políticos como el remover las conciencias y luego dejarlas luego donde antes estaban, a saber, en su maldita superioridad occidental biempensante. Todavía hay algunos, por desgracia, que hacen caso.

   Incluido un servidor, claro.

   A pesar de los escasos riesgos que corren ambos, su manifiesto está blindado contra toda eventualidad. Es como si Andorra tuviera un programa nuclear por miedo ante una hipotética invasión terrestre. «El cumplimiento de la Teoría Involuntaria de una Muerte Confrontada (TIMC) es ser asesinado debido a que cualquiera de tus obras haya provocado una respuesta adversa al [sic] grupo o entidad criticada», sostiene la cláusula XI con una sintaxis tanto o más intrépida y heterodoxa que las acciones críticas que tantas respuestas adversas provocan en el respetable islamista y/o etarra. Pero esto no es todo, señores. La TIMC conjuga con mucho salero la temeridad y el canguelo a la hora de la verdad. Los puntos IV, V y VIII prohíben la escolta policial, el asilo político y el maltrato animal. Por el contrario, el punto VI permite un salvoconducto nada freudiano («Si intuyes que vas a ser asesinado, el instinto de supervivencia está por encima de él [sic] de la muerte. Por ello está justificado que encuentres cualquier forma de proteger tu vida») mientras que la segunda condición recomienda sencillamente quedarse en casa y no dejarse ver por los espacios de conflicto. ¡Menudo trabajo de lógica! En verdad, la TIMC quiere ser ante todo indómita y revoltosa, pero apenas llega a suscribir una ideología contra el Estado según la cual Abel Azcona y Omar Jerez, esos agitadores artísticos anarquistas, ni recibirán subvenciones para financiar sus cruzadas liberales ni buscarán asistencia sanitaria pública en caso de resultar heridos en combate. Juventud, divino tesoro. Resulta penoso contemplar a chavales de su edad esperando en balde un destino trágico que, por desgracia, muchos individuos convencidos obtienen y alcanzan sin haber firmado nada, incluidos los jóvenes reclutas de Al-Qaeda en Yemen y Pakistán, adolescentes con principios que quieren ayudar a nivel local y que la muerte pasa a recoger en drone at home, donde los derechos sociales, el habeas corpus y hasta el DNI son una jodida quimera.

   Ahí os querría ver.

   El caso es que Abel Azcona y Omar Jerez acumulan cantidades ingentes de papeletas para ingresar en el catálogo de muertes bobas, contra las cuales no hay manifiesto o contrato alguno que valga. Cuando alguien declara su intención de alcanzar una subjetividad rousseauniana entre cuatro paredes, para luego terminar como el rosario de la aurora, uno duda entre leer a Bataille o laissez faire, laissez passer. Con el gremio de performers pasa muchas veces como con la Familia Adams, ellos hacen lo que dicen y dicen lo que hacen, pero tienen el esquema de valores invertido, han perdido el miedo a muchas cosas, uno no sabe si aplaudir o llorar sus bromas. Dicho esto, mientras esperamos la pronta recuperación de Abel Azcona, renovado lazarillo artístico, Omar Jerez se prepara para realizar su Materia oscura en la partícula de Dios, un coma cerebral inducido para ver ese túnel de luz que —según dicen en las pelis ñoñas— lleva a la gente hasta el otro lado. Ambos artistas cuentan con todo mi apoyo. Seguid así, muchachos. Y que conste que no estoy utilizando psicología inversa.

Ernesto Castro, septiembre de 2013

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