Víctor Moreno. Las performances de Azcona y otras hostias

Versión íntegra de la entrevista a Víctor Moreno publicada hoy, jueves 2 de diciembre, en Berria.

 

 

Política bajo palio

 

Ion Orzaiz: ¿Te ha sorprendido la reacción a la exposición de Abel Azcona?

Víctor Moreno: Quienes conocen la historia pasada y reciente de Navarra saben que esto ha sido el pan nuestro de cada día y no las hostias artísticas esas; por cierto, nada artísticas, sino sencillamente círculos hechos con la misma fécula con la que se hacen los cruasanes. Conociendo estos cromos antiguos, lo realmente extraño es que la prensa y la ciudadanía le hayan dado tanta importancia, magnificándola. Parece que los medios no supieran distinguir lo que es realidad y lo que es actualidad, algo que pasa y se pasa.

En un momento determinado, parecía que en Navarra había tenido lugar la cuarta guerra carlista. Sinceramente, la performance de la respuesta de unos y de otros me ha saturado. El sentido común no se merece tanto atropello y es evidente que la estupidez sigue siendo una característica exclusivamente humana. Y es que, cuando Dios aparece en el horizonte navarro, secularmente secuestrado por una iglesia criminal y capitalista, las cosas se complican mucho más, porque surge la metafísica y las hogueras, y no, precisamente, sanjuaneras. En definitiva: quien se haya extrañado de la performance respondona de la ciudadanía, creyente o no, es que ignora en dónde vive y de dónde procede.

Misas de desagravio oficiadas por 100 curas, manifestantes (algunos de Navarra y otros de Madrid) gritando “Asirón, ejecución”… ¿Por qué crees que ha despertado esa tensión religiosa tan virulenta?

El conflicto de la plaza-exposición ha llegado al despropósito actual porque desde el Ayuntamiento no se tomó la primera decisión lógica, que hubiera sido clausurar el edificio, incluida la exigencia de la cripta al arzobispado por las prácticas ilegales de exaltación de los golpistas que se llevan a cabo mensualmente por la Hermandad de Caballeros de la Cruz, organización franquista.

Se quiere hacer creer que el origen del conflicto está en esa performance blasfema, pero no es tal. Lo que realmente toca el magro de la derecha es que uno de sus símbolos necrófagos más cualificados haya sido tocado de muerte. A la derecha, también a cierta izquierda, les quitas sus símbolos y se queda en cueros. Pero la clave no está en la supuesta dimensión religiosa del conflicto. Al fin y al cabo, a lo que hemos asistido es a una teatralidad más o menos estudiada por parte de unos y de otros. Si eso es religión, apaga y vámonos. Una teatralidad rebosante en imágenes que parecían traídas por Regoyos de su España Negra.

El fondo es otro. La gente se rebota cuando escupen sobre  sus símbolos. Esto es lo terrible. Porque los símbolos no son la realidad, sino su simulacro. De ahí lo ridículo que resulta la perfomance en sí, porque no ataca el problema de fondo de la intransigencia del capitalismo ideológico y religioso. Y la respuesta de quienes se han sentido violados en lo más profundo de su bazo metafísico, cuyo sentido de los juicios de Dios sigue actuando en su inconsciente más de lo que cabría suponer en la época del chip y de la fibra óptica.  

La iglesia católica siempre ha tenido una gran influencia en los círculos de poder, y más en Navarra. ¿Sigue siendo así?

 La religión es una forma de poder y un modo capitalista de administrar los dineros de quienes han depositado en ella su fe o su miedo. El poder político cuando se ha aliado con la iglesia ha buscado lo mismo: rentabilizar sus cuentas. Es una relación que se resuelve en la más pura endogamia. Los grandes empresarios navarros han sido del Opus Dei o cercanos a esta obra. Luego sería lógico deducir que, cuando ocupan puestos en la administración pública, no muevan un dedo en contra de los intereses de la iglesia. Pero seamos cautos, porque hay sujetos que pasan por ser de izquierdas y son, también, socios numerarios del Opus Dei.

¿Por qué tienen tanta influencia los obispos en Navarra?

Ha sido un poder secular en su historia. Un poder aliado con el político. Pero no tratemos de singularizar Navarra como si hubiera sido única en este terreno, otro hecho diferencial navarro. Para nada.  El fenómeno de esta alienación religiosa catatónica ha sucedido de idéntico modo en el resto de las provincias españolas y en Ultramar. La alianza entre el poder religioso y el poder político ha sido consustancial al nacional catolicismo que durante más de cuarenta años ha envilecido  la caja gris de la gente. Pero, tampoco, hay que engañarse: si goza de dicha influencia es porque la clase política sigue permitiendo cualquier tipo de intromisiones del obispado en materia política, económica, laboral y perfomances de todo tipo.

¿Cómo pueden condicionar tanto la agenda política?

Porque la clase política más que ninguna otra clase, sigue manteniendo un sustrato franquista y nacional católico muy potente. Y sabe que la propia sociedad tampoco se ha sacudido ese poso. La sociedad navarra es en su mayoría una sociedad acobardada y miedosa en términos metafísicos, pero esto tampoco forma parte en exclusiva de su temperamento. El ser humano es un tipo violento y depredador, pero se caga por los pantalones en cuanto se coloca frente al más allá. La sociedad navarra no es muy practicante en materia religiosa, pero eso no significa que no crea en el más allá. Y esta creencia genera más ideología reaccionaria que un libro de Del Burgo y, por tanto, habrá que suponer que ciertos comportamientos sociales y políticos reaccionarios no tienen explicación alguna si los pasamos por el cedazo de la racionalidad. La clase política lo sabe. Ir contra esa performance colectiva religiosa sería ir contra sí misma. Lo que tiene unas consecuencias desastrosas en la actitud de los políticos que ni siquiera son capaces de ser consecuentes con la no confesionalidad del Estado, jurando sus cargos ante un crucifijo, asistiendo a procesiones y a misas, besando reliquias o figuras religiosas dentro del Parlamento, etecé.

Desde las elecciones de mayo y el cambio político, la derecha (política y mediática) ha cargado insistentemente contra el Ayuntamiento de Pamplona y el Gobierno de Navarra por cuestiones religiosas: la eliminación del crucifijo del salón de actos, la no asistencia de la corporación municipal a la misa de San Fermín, tres cuartos de lo mismo con el gobierno y la misa de San Francisco Javier, ahora lo de la exposición “blasfema”… ¿Es todo una estrategia política para rascar votos, o simplemente no se quiere aceptar la aconfesionalidad de las instituciones?

Cuando llegó la II República y se decretó la retirada de los crucifijos de las escuelas, además de otras higiénicas medidas laicas, la derecha del país se revolucionó de un modo paranoico. La derecha en Navarra concentraba en la plaza del Castillo a niños con crucifijos colgando al cuello y se sucedían los actos de desagravios de un modo permanente. También lo hicieron cuando se excomulgó a Lacort, cuando se aprobó la Ley del Candado, debida a Canalejas, cuando actuó semidesnuda en el teatro Olimpia Josefina Baker y así podríamos seguir hasta llegar a los Joglars… Los llaman actos de desagravio, pero bien podríamos llamarlos performances, pues estos hace tiempo que los inventó la derecha. Ella entera constituye una performance ambulante. Lo suyo es estrategia política pura y dura. A esta gente, Dios les importa un pepino. Porque, si les importara, saben que estos actos al Altísimo no le perturban su sueño eterno lo más mínimo. La cuestión es dinamitar el poder del otro, sea como sea. La religión juega un papel decisivo, porque sigue siendo una fuerza motriz en el comportamiento asilvestrado de mucha gente. En cuanto a la llamada exposición blasfema, la de las hostias, me gustaría decir que ni es exposición, ni blasfema. Es una ocurrencia infantil que tiene más de egolatría que de exposición. Pues cuando el ojo se centra más en el artista que en el arte algo huele a podrido en la sala, y no a bacalao danés de varios días, precisamente. Hemos asistido a la mecánica contestación recíproca de unos contra otros, habitual en estos pagos, y que ha elevado a supuesta categoría lo que es una flatulencia mental, sin más. ¿Imaginan qué hubiera sucedido si con esas hostias de las narices se hubiese formado la palabra Francisco? Pues no habría sucedido nada.

En cualquier caso, esta exposición no ha buscado la reflexión y la denuncia de la violencia y terror de la derecha, pasada y presente, sino que, articulada con fines de provecho comercial, ha sido un boomerang rayano en el cinismo. No solo ha dejado pasar una ocasión de oro para abundar en la condena del terror del franquismo asesino de 1936, ahora que la derecha se sentía más arrinconada que nunca, sino que ha logrado que la derecha meapilas se haya convertido en víctima. ¡Lo que nos faltaba por ver! Una transformación que nadie como ella sabe convertir en perfomance. Ni un infiltrado lo hubiera hecho mejor.

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