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NO había amanecido informativamente el día y la radio difundió que Santiago Cervera acababa de lanzar al ciberespacio un tuit por el que daba a conocer que la huelga general había fracasado estrepitosamente. Es obvio que el líder del PP navarro no solo no reside en Pamplona, donde a esa hora saltaba a la vista que la huelga llevaba todas las de tener un seguimiento insospechado, sino que ni siquiera hacía pie en el mundo real. Cervera ganaba batallas en el mundo virtual antes de librarlas en la cruda realidad. Por su parte, algún tertuliano radiofónico apostillaba que daba lo mismo cómo marchase la huelga general: Bruselas propone y Merkel dispone por nosotros. Nadie se engaña sobre lo que nos espera con Merkel, con el inquilino de la Moncloa y con otros ejecutores de los dictados de eso que ahora llaman "los mercados". Ejecutores como el Gobierno de Navarra cuando privatiza o reduce servicios públicos. Pero seguramente porque nadie se engaña sobre eso, lo que se vio ayer en el mundo real, por todo el centro urbano de Pamplona, en el tuteo de la calle, tan distinto al tuiteo virtual, fue un enorme gentío que desbordaba ampliamente las manifestaciones sindicales y que ejercía efectivamente su derecho soberano a decir basta. Es muy posible que salir a la calle a decir basta, a decir que ya está bien con que tripliquemos la media de parados de la eurozona, no sirva de mucho, pero hay una cosa poco discutible: de menos sirve no salir. Es bien seguro que cuando los derechos, lo mismo los laborales que los ciudadanos, dejan de ejercerse o de defenderse, se pierden y no se recuperan así como así. Eso es algo que la gente que ayer se echó a la calle, desbordando o pasando por encima de la división sindical, parecía tener muy claro. Tan claro como que no queda más que la realidad expresada en la calle frente a los atropellos globales en marcha. Frente a eso y frente a las mentiras virtuales que proclamaban el fracaso de la huelga antes -y después- de que tuviera lugar.

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