Miguel Sánchez-Ostiz. Desvergüenza nacional

Y tiro porque me toca

Domingo, 28 de Febrero de 2010

No sé bien a qué parada circense asistió el cineasta Luis Berlanga para rodar su película Escopeta nacional, aunque lo sospecho: varios números sucesivos o una sesión continua de la desvergüenza nacional que no cesa, en la que los chorizos salen a flote y son celebrados como listos de reparto. Es posible que no hagan más que lo que les gustaría hacer a muchos. El público siempre está dividido entre el aplauso feroz y la no menos feroz petición de picota.

Los chorizos de Berlanga, ridículos al cabo, tras el parapeto de su estamento social, ya epigonales, salvo que nos asomemos a las cacerías dominicales de Toledo o Extremadura, resultaban inocuos y hasta divertidos, si los comparamos con los que fueron apareciendo luego, en las postrimerías del felipismo (que sólo los interesados han olvidado) y en el sistema de pesebrismo ideológico del aznarismo y sus parientes regionales, el de las plumas vendidas y los cambios ventajosos no de destino, sino de chaqueta.

El encogimiento de hombros y el cabreo sordo, que no va a ningún lado, por parte de un público ya astragado de empujones, acompaña la noticia de la salida de la cárcel de Luis Roldán, omnipotente director de la Guardia Civil, por haber cumplido su pena, lo que no sería noticia alguna, pero con su fortuna personal prácticamente intacta, lo que sí lo es, aunque no concite comentario alguno. ¿Para qué? El derrotismo entreguista. Y lo peor es que eso se sabía desde antes de que se celebrara el juicio.

A chiste suena, y como tal es tomado, que alguien acusado de diversas conductas ilícitas relacionadas con el enriquecimiento a través de su cargo público, como es el caso del famoso Camps valenciano, declare un patrimonio de 900 euros, es decir, menos de lo que cuesta cualquier traje que lleve encima. Esta gente no viste en Zara. Los sastres caros son un signo de distinción, el suyo: los sastres, los camiseros, los Rolex… Camps insulta a la ciudadanía en un momento en que el propio ministro de Trabajo dice que la crisis ya no alcanza a los financieros, sino a la gente de más bajos ingresos: al barrio, a la escalera, dijo hace unos días cayéndose del guindo. Es cierto que Camps se benefició de la actuación de un magistrado que le exculpó y a la vez declaró ser su amigo… Esas cosas no se dicen, aunque sean verdad.

El ex presidente de gobierno saca el dedo y se asemeja mucho en eso al Cobra marginal, la única diferencia es que su camisa es más cara que la del rapero. Y como dijo que a él nadie le tenía que decir cuánto podía beber antes de conducir, ahora uno de sus lobitos es sorprendido con copas y al volante, a esa hora en la que no se sabe muy bien si se va o se viene. No me meto en si son muchas o pocas las copas que llevaba. Ni tampoco en que si era vocal de algún negociado de Seguridad Vial. Es un hecho, uno de tantos, que nos hace sospechar, de lejos siempre, que la clase política hace lo que le da la real gana. Entre tanto, la Esperanza Aguirre trata de hijo de puta a su oponente político y como le pillan, es probable que haya cambiado un hijo puta por otro, para no tener más líos, lo que hace ver que para ella, que es aristócrata de Escopeta nacional, todos los que no son de su clase o sus palmeros, son unos hijos de puta, que es lo que decía el premio Nobel Cela y se le aplaudía: “La gente se divide entre amigos e hijos de puta”.

La desvergüenza nacional es un hecho, los casos de desfalcos, apropiaciones, manipulación de cargos (esa acusación pesa ya sobre el Consejo General del Poder Judicial), prevariaciones, se suceden sin respiro, como algo normal en la vida pública española, tan normal como el recurso a la mentira como munición política por parte de los grandes medios de comunicación al servicio directo de las ideologías en liza. Y no pasa nada. Dimite la presidente del Parlamento balear: le dio 300.000 euros a uno para que comprara algo de televisión.

Ahora hay que derribar a Garzón y expulsarle de la carrera judicial porque después de haber sido un abanderado de procesos políticos que convenían a los sucesivos gobiernos, ahora resulta molesto y puede poner en el banquillo a las trastiendas del PP, el partido de la honradez, el Partido de España. Resulta molesto porque persigue a los implicados en la red Gürtel, la que engordó a la sombra del PP, con implicaciones que todavía no se han hecho públicas, al margen de que estén acusados varios aforados del PP: el Bigotes, el Ulibarri y el pobretico Camps andan sueltos. Y hay hechos indubitados. La frase “Sin ese pen-drive no tendrían nada”, que soltó con desparpajo Correa -invitado a la boda del hijo de Aznar, del mogollón creado a su sombra, a la sombra de la organización interna del partido-, habla de impunidad y de descaro, y de admisión expresa de que existen pruebas fehacientes de sus fechorías.

La justicia no tiene interés alguno, lo que ahora cuenta es el enredo procesal y el liberar al PP de la investigación judicial de sus trastiendas.

Cada vez más a menudo, los artículos de fe y los dogmas religiosos se enarbolan como munición política, de modo que la política se convierte en una defensa de preceptos religiosos. Los obispos exoneran al rey de excomunión e intervienen excomulgando a los diputados que voten esa misma ley del aborto que el rey firma. Castigos divinos, administrados por humanos que tienen o pueden tener almorranas, para asuntos de política sanitaria o de política a secas. Y nadie reclama algo que parece lógico: la denuncia del Concordato con el Vaticano. Los socialistas no se atreven. Nadie se atreve, tal vez porque hay obispos que justifican la violación o uso indiscriminado de mujeres que hayan abortado. Quien eso dijo no está en prisión ni encausado, sino celebrando misa. ¿O no lo dijo? ¿O dicen que no dijo? ¿Qué dijo? Una vez más no estábamos allí.

Artículo publicado en Diario de Noticias de Navarra

Miguel Sánchez-Ostiz

Información del autor y libros en Pamiela.com

http://vivirdebuenagana.blogspot.com/

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