Jaime III y la II República

Lázaro Ibáñez y 24 firmas más escribían hace unos días en este periódico lo siguiente: “En 1931, tras la huida de Alfonso XIII, el Carlismo con Jaime III al frente, y tras enfrentarse con dureza a la dictadura de Primo de Rivera, acogió con esperanza la proclamación de la República, proponiendo un proceso constituyente, una federación de repúblicas ibéricas, políticas sociales igualitarias y un respeto escrupuloso a la voluntad popular”.
La verdad es que, sí, que el rey carlista en ese manifiesto del 23 de abril de 1931 apostó por esa federación, pero añadió que tenía que ser “un gran partido monárquico, federativo, anticomunista”, donde “la Iglesia y al Ejército estuvieran en su verdadero lugar”. Ese partido sería quien “rigiera los destinos de esa España”. Porque “no puede haber más que un solo partido monárquico en España y a la cabeza de esa federación esté un Rey”, el jaimista.
En cuanto a la República, Jaime III desconfiaba de ella, porque “en un tiempo brevísimo puede ser arrollada por la avalancha del comunismo internacionalista, destructor de la Religión, de la Patria, de la familia y de la propiedad”. Así que le embargaban “hondas preocupaciones en estos momentos solemnes de la Historia”.
Jaime III murió de una angina de pecho el 2 de octubre de 1931 y no pudo comprobar el fin de su profunda inquietud.
¿Y los carlistas jaimistas de El Pensamiento Navarro cómo acogieron la llegada de la República? Antes de constituirse el gobierno de la II República, el periódico calificó el hecho como “la más grave de todas las horas que ha vivido España”, lo que es indicativo de la gran alegría que dicho advenimiento produjo en sus corazones.
Como buenos católicos, lo primero fue “acordarse de Dios y del Caudillo” (Jaime III), para implorar, no el derrumbe de la República, sino “para levantar nuestro corazón a lo alto, pedir a Dios que proteja a España y hacer nueva protesta de nuestra fe inquebrantable en los principios que encarna nuestra Bandera. Y un cada vez más identificados con nuestro Augusto Caudillo don Jaime de Borbón, representante legítimo de la Monarquía Tradición”.
Luego, manifestarían que “los carlistas estarían frente a todos los regímenes que no se ajusten al que propugnamos, continuaremos luchando dentro y al amparo de la ley, por el triunfo y exaltación de la Iglesia Católica, por prestigio y engrandecimiento de España y por el reconocimiento de los derechos de nuestro Rey” (El Pensamiento Navarro, 14.4.1936).

Ante un régimen extraño a su ideología confesaban que adoptarían una actitud beligerante, “siempre dentro de la ley”, conducta que, tiempo mediante, se saltarían de forma impune.
Proclamada la República, los carlistas de Pamplona, como buenos súbditos, enviaron a Jaime III dos telegramas pidiéndole orientación ante la que se había armado. La Hermandad de Veteranos Carlistas hablaría en su despacho de “momentos críticos para Patria, ofrécese incondicionalmente. Eleta Presidente”. La Juventud Jaimista de Pamplona se limitaba a “reiterar hoy adhesión monarquía legítima. Presidente Tapia”.
Los editoriales de El Pensamiento irán mostrando su desazón ante los hechos consumados. Así el editorial titulado “Hoy como ayer” se sinceraba sin ambages: “El pesimismo de que impregnábamos nuestro último editorial se ha confirmado plenamente. Señalábamos la gravedad del momento estimándola máxima, y a nadie se ocultaba que lo era. Como que ese estaba concertando no la entrega de poderes de uno a otro Gobierno, sino el cambio absoluto en la estructuración política del Estado español”.
La declaración posterior sería más contundente: “Las esencias tradicionales Unidad Católica y del amor a la Patria común han chocado con la oposición firmísima de los mal avenidos con la Monarquía”.
Hay que reconocer que los carlistas aceptaron que aquellas elecciones fueron democráticas y, por tanto, “hemos de reputar el plebiscito de fiel expresión del verdadero anhelo del país, y aunque lo aceptemos como un hecho consumado indiscutible, han dado al traste con el usufructo de la corona española”, frase que ya estaba en el manifiesto de su rey.
Sentada esta premisa, el editorial, que afirmaba escribir desde “la ecuanimidad y la justicia”, advertía que el presente “nos lleva a considerar que sea cualquiera el carácter de la recién nacida República Española, nosotros, con la lealtad que es peculiar de siempre en la Comunión Tradicionalista, figuraremos en la avanzada oposición y, dentro del amparo de la ley (…); nos dedicaremos a trabajar con el máximo fervor y entusiasmo por el restablecimiento en nuestra Patria de la Monarquía federal” (El Pensamiento Navarro, 15. 4. 1936).
Impasibles al desaliento, asegurarían que el triunfo de la República no significaba la derrota del carlismo jaimista. Todo lo contrario. Sentían “haber salido indemnes y si nos apuran, ganando”. Para añadir que, mientras “los intereses de la Iglesia y la integridad y el buen nombre de España” no se dañen, lo demás vendrá por añadidura. Ello “por dos razones potísimas”.
La fundamental:
Porque contra la monarquía constitucional hemos sido nosotros quienes con más encono hemos luchado”. Para concluir: “sin que nos duela, podemos lamentar el triunfo de la República en nuestra patria por los antecedentes que su primera actuación nos ofreció”. Al fin y al cabo, “ya habían avisado la que la proclamación de esta república sería el primer paso hacia la revolución” (El Pensamiento Navarro, 16.4.1936).
Tanto en el manifiesto de Jaime III como en los editoriales de El Pensamiento Navarro, no parece que el carlismo recibiera con esperanza ni con optimismo el advenimiento de la II República. Más bien, sucedió lo contrario. Los acontecimientos posteriores así lo confirmarían.

Jaime Merino Fragua

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