Miguel Sánchez-Ostiz. Brutalidad policial

Y tiro porque me toca

anEscribo este artículo ignorando las explicaciones que pueda dar la delegada del Gobierno en Navarra a la formación Amaiur por la agresión sufrida por su candidato al Senado, Joseba Compains, cuando se encontraba pegando carteles dentro de la campaña electoral. Pero me temo que no hace falta ser adivino para poder sugerir que las cosas quedarán en nada.

Con independencia de si la formación Amaiur es santo de nuestra devoción, mal empieza una campaña electoral si quienes se dedican, al igual que otras formaciones, a repartir su propaganda electoral, padecen agresiones que recuerdan las nunca investigadas de otros tiempos.

¿Sancionará la delegada del Gobierno la impunidad policial de confirmarse los hechos denunciados? ¿Hará todo lo posible por ir, por una vez, más lejos e investigará a fondo lo denunciado? No creo que resulte muy difícil saber quiénes pudieron ser los autores de los hechos denunciados por el candidato Compains. Otra cosa es que se amparen en la ya tradicional, y de reparto puro, ausencia de testigos, y en que la palabra de los presuntos, presuntos, siempre presuntos agresores tiene doble valor, valor de ley. Agredido y agresores no están en el mismo plano jurídico. Su desigualdad ante la ley es manifiesta. La presunción de inocencia termina por amparar el abuso de autoridad. Al margen de que algo no funciona bien, porque ese desigualdad conduce a la impunidad y a la indefensión, la ciudadanía puede dormir tranquila, puede seguir durmiendo tranquila quiero decir, porque al margen de que este grave incidente dudo mucho que le quite o altere el sueño, estoy seguro de que quedará en muy aguada agua de cerrajas, por no decir que la hará feliz y a pierna suelta. El flamante candidato tendrá que tragarse los mojicones recibidos y los malos modos que persiguen una eficaz humillación y que la bola siga y siga. Me gustaría equivocarme, pero veo esa posibilidad tan remota que la doy por imposible.

De haber sucedido esto mismo con militantes de UPN, PP o PSN/PSOE las cosas habría sido muy distintas, pero ha sucedido con Amaiur y eso provoca un encogimientogeneral de hombros, un mirar para otra parte, un pensar que eso son instrucciones de la ETA y un decir con cinismo que los de haberlo hecho. Lo vengo escribiendo desde hace años: el cuento de nunca acabar.

¿A quién creer en esta historia? Esa es la cuestión. Pero esa no puede ser la cuestión porque la respuesta oficial, la que da a ojos ciegos la gente de orden, no hace sino engordar una alimaña de abusos, impunidad e indefensión.

Ignoro si la poncia abrirá una investigación, pero suele ser previsible en qué paran esas investigaciones y sobre todo que la dilación, el paso del tiempo, la burocracia y las pocas ganas son eficaces aliados del “aquí no ha pasado nada”.

Donde si ha pasado algo es en el juicio que se ha celebrado en Madrid contra Txapote y los suyos acusados por el asesinato del edil de Leiza, José Javier Múgica, hace diez años.

No siento simpatía alguna por la jueza Murillo. Vaya esto por delante, pero no deja de parecerme un gesto de dignidad y de sentido de la profesionalidad su renuncia a seguir juzgando a unas personas acusadas de un delito execrable si por causa de un error, ese juicio podía quedar invalidado o se ponía como ya se estaba poniendo, en duda su imparcialidad profesional. Por mucho que lloviera sobre mojado, hoy, para buscarle tres pies al gato me faltan ganas.

Con todo, lo sucedido invita a una reflexión no sé si vana, pero profunda. Al menos para mí. Tocaba a rasgarse las vestiduras y yo me abstuve, me abstengo. Cansa mucho cantar a coro, en perfecta formación, como si estuvieras en el patio de algún cuartel, aunque eso te haga aparecer en el terreno en el que no estás.

De una parte está el asunto de que la jueza no insultó a nadie porque al margen de que haya abundante jurisprudencia en el sentido de que ese y otros epítetos han perdido su fuerza injuriosa, falta algo fundamental: la intención. Solo un error, mecánico además, ha hecho que unas palabras pronunciadas para no ser oídas, se oyeran. Podría jugarse con el escenario diciendo que no es lo mismo una taberna que una sala de audiencia, pero tampoco se va muy lejos por ese camino. Accidente desafortunado pues y como mucho palabras fuera de lugar.

¿Podemos esperar que esa y otras juezas o jueces piensen y expresen en privado algo distinto a lo ya muy repicado? No lo creo. No porque sean jueces, sino porque, lo digan con más o menos brutalidad los voceros de la derecha, es el sentir mayoritario.

Está el asunto de la imparcialidad. Si examinásemos la entidad de los casos de terrorismo juzgados, no creo que encontrásemos un solo juez imparcial, tal y como popularmente se entiende, es decir, alguien que ni siente ni padece por los hechos que debe juzgar, que está por encima. Juez o no juez, no creo que haya persona capaz de tal cosa.

Los crímenes que haya podido cometer el acusado son rechazados y condenados por la casi totalidad de la ciudadanía, y desgraciadamente, como ha sostenido hasta el presidente de las Cortes, lo dicho in pectore por la magistrada, es un sentir abrumador, aplastante, algo que hasta ahora no les ha inquietado lo más mínimo a los acusados.

¿En qué consiste pues la imparcialidad que pudo haber dañado la alada palabra de la jueza Murillo? En el examen lo más objetivo posible de las pruebas y solo ahí. Una cuestión de voluntad y de conciencia. Y yo ahí no me meto. Entre lo deseable y lo que realmente sucede hay un margen donde reside la convención en la que se basa el sistema judicial.

Bien está que Txapote diga que no se estaba riendo de nadie, pero eso no basta para execrar a la jueza que le estaba juzgando por unas palabras que no estaban a él dirigidas. El fondo del asunto es otro. El fondo del asunto ese día se lo llevó consigo la viuda de Múgica, por mucho abandono de la lucha armada que figure en el escenario. Cuesta ser imparcial, casi es más fácil ser juez a secas.

Miguel Sánchez-Ostiz

Información del autor y libros en Pamiela.com

http://vivirdebuenagana.blogspot.com/

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