EL PERDÓN DE ETA y el de RAJOY

No puedo sacudirme de encima la estupefacción y el aburrimiento abisal que me han producido las declaraciones del presidente del Gobierno y las de políticos afines, además de intelectuales y editoriales de periódicos, cuando, tras la declaración de que ETA anunciaba su liquidación definitiva, han manifestado que “no había nada que celebrar”.

 

¿Cómo es posible decir eso cuando la sociedad española si algo deseaba de verdad era la desaparición de ETA desde in illo tempore?

¿No era este el fin al que por activa y por pasiva suspiraba la sociedad? La clase política institucional se ha pasado media vida exigiendo que la defensa de la independencia de Euskadi se hiciera en el Parlamento y en las instituciones democráticas, y no mediante la extorsión, el secuestro, el asesinato y la goma-2. Resulta que, ahora, una vez conseguido tal reinserción, no es motivo de celebración. Asombroso.

¿Qué es lo que el Estado de Derecho encuentra en la desaparición de ETA que no le hace gracia? ¿Por qué la anhelada desaparición de ETA no se ha convertido en una noticia celebrada unánimemente por las fuerzas políticas y sociales del Estado?

Cuesta mucho entender esta retórica un tanto sospechosa, desde el momento en que todos repiten el mismo guion. Una consigna que parece haber sido dictada en un master impartido por el ministerio del interior. Se quiera o no se quiera reconocer, lo cierto es que habría que hablar de una noticia histórica,–esta vez sí, porque es la primera vez que ocurre–, pero, dado que, al parecer, existen causas o explicaciones que se escapan a nuestro análisis, lo dejaré simplemente en noticia.

El genio humano es complicado y retorcido de ganas. ETA nos molestaba de mala manera cuando existía y actuaba; luego, cuando existía pero no actuaba; y, ahora, cuando ha decidido hacerse el harakiri definitivo no es motivo de celebración.

No lo puedo remediar. Sospecho que existe algo extraño en este comportamiento tan clónicamente aplaudido -casi teledirigido- y que no encaja con una explicación racional a secas, y, por el contrario, sí arroja la presencia de adherencias un tanto turbias, no sé si dignas de estudio psiquiátrico, asesorado, eso sí, por algún politólogo.

Según ha trascendido a los periódicos, una de las razones de esta desidia institucional se debe a que en el comunicado de ETA no se ha pedido perdón a todas las víctimas, resultado de sus acciones terroristas y al hecho perturbador de que aún existen unas 358 víctimas -esto sí que es exactitud numérica-, y cuyos tristes casos y desgraciados, lamentablemente están aún por esclarecer. El perdón ofrecido por ETA ha terminado de calificarse como “un perdón parcial”.

Comprensibles explicaciones, pero no satisfactorias.

A fin de cuentas, el acto fundamental de esa performance no es que ETA pidiera perdón o no. De hecho, ETA, o quien sea, puede pedirlo a la humanidad entera, a las víctimas afectadas por sus acciones terroristas, y, a continuación, las familias de estas víctimas mandar a la mierda dicho perdón.

Al fin y al cabo, nadie tiene por qué aceptarlo. Menos aún si proviene de alguien que ha asesinado impunemente a tu padre o tu hijo. Nadie está obligado a perdonar a un criminal. Si lo hace, pues formidable. Si no lo hace, motivos tendrá. Que ETA pida o no pida perdón, parcial o urbi et orbi, es parte de la retórica a la que nos tiene acostumbrado cierto sentimentalismo vacuo que esconde más basura que auténticas emociones sinceras, siempre controladas por el cerebro.

A Rajoy y al arco político de la derecha que representa su partido, les importa un pepino que ETA haya pedido perdón por activa, por pasiva o por aoristo griego y que sigan sin aclararse el destino y paradero de 358 víctimas de ETA.

¿Desde cuándo a la derecha política de este país, heredera en su mayor parte del franquismo y del sector que ganó la guerra, gracias a la cual ocuparon los puestos claves de las instituciones públicas y gubernamentales de este país, le han importado las víctimas vengan de donde vengan?

Tiene bemoles que una organización, calificada siempre como criminal, pida perdón aunque sea parcial a las víctimas y el Estado de Derecho, que presume de ser más ético que un a priori kantiano, lleve ochenta años sin pedir perdón de ningún tipo a las víctimas del 36, miles de ellas todavía en paradero desconocido. ¿Acaso esas víctimas no forman parte de la memoria de ese Estado de Derecho y de la defensa de la democracia genuina, basada en la soberanía popular y en un Parlamente elegido en unas elecciones libres y directas por la ciudadanía y no derivado de un golpe de estado?

Estoy convencido de que muchas familias descendientes de asesinados en 1936 se darían con un canto en las narices si el Gobierno actual en nombre de la Democracia y de su defensa les hiciera un homenaje con carácter retroactivo o diferido a los españoles que sufrieron el mismo destino trágico, tiro de gracia en la nuca y la tumba somera de una cuneta.

Y mucho más motivo de celebración lo sería si el Gobierno actual ayudara a los movimientos sociales que llevan años luchando en soledad por la recuperación de miles de cuerpos de familiares sin recibir ayuda alguna por parte de dicho gobierno. ¿Ayuda, digo?

Al contrario, el gobierno actual del PP ni la ha prestado, sino que, una y otra vez, ha obstaculizado conscientemente el desarrollo y aplicación de la Ley de la Memoria Histórica, llegando hasta mofarse de sus protagonistas, como lo hiciera el portavoz del PP en el Congreso, R. Hernando, mostrando sin tapujos cuál es su actitud ante ciertas víctimas.

Resulta triste constatarlo, pero Rajoy y sus ministros aún no saben lo que es pedir perdón a las víctimas del 36 en nombre del propio Estado, ni de quienes durante un tiempo se consideraron herederos legítimos ideológicos. Es que ni siquiera han sido capaces de llegar a pedir ese miserable perdón parcial que denuncian y desprecian en boca ajena.

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Una de relatos

 Muchas son las investigaciones históricas publicadas sobre Navarra en estos últimos veinte años. Felizmente. Pero, ¡maldita sea!, solo las que publica ese mastín del navarrismo-españolista y de las JONS, llamado Del Burgo junior, provoca herpes en la piel de quienes se postulan como guardianes de la esencia vasca de estas tierras.

Y casi siempre para rebatir cuestiones como que lo vasco estuvo en las entrañas del devenir de Navarra desde la primera Glaciación y que los asesinados en la guerra de exterminio librada en Navarra en 1936 por carlistas y falangistas fueron más de 675, es decir, 3400 asesinados. Y que si la Paccionada y el Convenio Económico…

¿Algo más? Sí, pero el grueso de la controversia suele reducirse a esos epígrafes. El resto de las investigaciones queda postergado en el cesto del nada misericordioso olvido. Ni siquiera son motivo de reseña en la prensa, por lo cual apenas llegan a la sociedad.

Alguno dirá: ¿para qué? Para llegar a la conclusión universal de que “no existe un solo relato definitivo de la historia, sea esta de Navarra o de Alcorcón”, no hacen falta muchos estudios y visitas a los archivos. Además, si no nos ponemos de acuerdo, no solo en la interpretación de un hecho ocurrido hoy mismo, sino en admitir simplemente que haya existido, ¿cómo aceptar sin fricción lo que consta en los papeles de archivo fechados hace 200 años? Si no aceptamos el presente histórico, el pasado, menos.

De boquilla convenimos en que existen muchas versiones, todas válidas, decimos alegremente, pero será nuestra mirada y nuestra versión la que pretenda imponerse frente a las otras. Y ello, incluso, aceptando la imposibilidad de llegar a conclusiones definitivas, sean de Agamenón o su porquero. Lo habitual es no ponerse de acuerdo con nadie que no piense como uno. Y haremos bien. Por supuesto. Hay que llegar al consenso desde el disenso y, si no es posible, al menos permitir que los disidentes sigan vivos.

Nuestras convicciones son producto de miradas prismáticas sobre una realidad pasada y presente. Un prisma es un cuerpo geométrico que al pasar la luz, este la descompone en sus colores primarios; por ejemplo, la luz blanca (como la solar) da un espectro de siete colores (rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, índigo y violeta). Obviando la metáfora, digamos que la mirada del historiador es de esa naturaleza. Cada cual utiliza su prisma obteniendo una luz distinta, un relato que será fruto de su luminoso ímpetu ideológico o político; además de las inevitables correcciones religiosas, morales, sexuales y artísticas que deslizará sobre el cuerpo investigado. El oficio de científico (Anagrama, 2003), ensayo de P. Bourdieu, es concluyente a este respecto.

Lo común, excepto en casos como el de Del Burgo, que es de presbicia crónica, será admitir la existencia de muchos relatos diferentes, pero caigamos en la ingenuidad pensando que esta declaración evitará el atrincheramiento ideológico de quienes defienden tal axioma, que son todos, incluso los que tratan de imponer el suyo.

La palabra relato procede del verbo “refero”, que significa volver a llevar. Cuando lo estudiábamos en el bachiller, supimos que era verbo “polirrizo”, de varias raíces. Dos de estas hacían que significara referir y relatar y, por tanto, transferir y trasladar. Cuando el historiador refiere, relata o traslada lo que encuentra en el archivo, significa que su mirada prismática traduce ese contenido en versión, es decir, en una de las muchas vueltas que pueden darse de él. Al no ofrecerse desnudamente el texto, sin interpretación, surge la controversia y la perversión de la historia y, en menor grado, la conversación. Palabras todas ellas derivadas de la misma raíz, de versio, lo que tiene su retranca semántica.

Como ya señalaron los estructuralistas, Barthes, Todorov y Bremond, entre otros, son innumerables los relatos existentes. Así es, pero, difícilmente, habrá consenso en admitir si lo sucedido en estos pagos durante estas últimas décadas, fue mito, epopeya, leyenda, cuento, fabulación, historia, narración, falsificación o, simplemente, relato.

Como supongo que se seguirá traficando con el pasado, y su relato me gustaría recordar que en narratología, el relato se articula siguiendo cuatro principios que tejen su trama. Estos son el de selección, de sucesión, del punto de vista y de jerarquía.

El de selección es una purga de la documentación original que el historiador abstrae con la finalidad de trasladar su relato a la sociedad. Y elegir implica abandonar. Como sucede en literatura, aquello que no se cuenta es, a veces, mucho más importante que lo que se cuenta. Aclarar qué criterios llevan al relator a seleccionar estos o aquellos hechos debería ser de obligado uso. El principio de selección es clave para el posterior desarrollo de lo que se cuenta. Su ejercicio no es neutral, ni inocente. Analizarlo de forma minuciosa aclararía muchos prejuicios y estereotipos.

El de sucesión se refiere al ordenamiento cronológico con que se desarrollan los hechos. Una actividad aparentemente inofensiva. No lo es, porque su ejercicio solapa con frecuencia el principio de causalidad. Según se presenten, algunos hechos serán causa de otros, mientras que estos, tan importantes o más en el devenir, serán mera comparsa. El relato de la Guerra Civil en Navarra por parte de Del Burgo padre y compañía fue modélico ordeñando este principio en beneficio propio.

El punto de vista se refiere al narrador utilizado que refiere, transfiere y traslada lo seleccionado. Existen tres tipos de narradores: omnisciente -lo sabe todo-; nesciente -sabe nada-; y equisciente -sabe lo que saben los protagonistas o testigos. No podemos fiarnos de la objetividad de ninguno de ellos, porque la verdad de su relato ya está dañada antes de que digan nada, pues su mirada depende del principio de selección. Lo mismo que la objetividad, pues esta no existe, ni siquiera en el documento original, del que supuestamente se parte para transferir el relato. Tan peligrosa puede ser la primera persona del singular como la tercera.

Por el principio de jerarquía, el relato se entrega a la conformación de un conjunto de conceptos y de términos seleccionados con los que se pretende unificar el discurso del relato. Son palabras talismanes. Cada historiador tiene las suyas haciendo de ellas señas de identidad. Y no solo. Según sea la carnaza del relato a trasladar, los conceptos jerarquizados serán también diferentes.

Visto lo visto, exigir objetividad en la transferencia o traslado de un relato es bendita ingenuidad. Las vueltas que sufre son innumerables.

Todo está infectado desde el principio por el uso que se hace de los principios señalados. Nadie, que yo sepa, está dispuesto a descubrir sus cartas conceptuales o ideológicas. Porque todos somos trileros. Eso sí. Reconozcamos que nadie como el gran jefe de este monipodio, Del Burgo Trile. Desgraciadamente, no se encuentra solo.

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Montar el belén

 Belenes-de-Navidad-1Desde que una parte de la sociedad ha tomado conciencia de que vivimos en un Estado aconfesional (artículo 16.3 de la Constitución), todos los años se arma el belén, precisamente por los Belenes que se montan en locales que son de titularidad pública, es decir, laicos.

Hay ayuntamientos que aún no se han enterado que son instituciones públicas del Estado y, por tanto, aconfesionales, por lo que no deben tomar decisiones a favor de una determinada religión por mucha tradición secular que las avale.

belenzaragozaEl Ayuntamiento de Zaragoza, a pesar de estar presidido por Pedro Santisteve de Zaragoza en Común e investido como alcalde de la ciudad con el apoyo de PSOE y CHA, ha montado un Belén Municipal como venía siendo tradición. Con estas decisiones, poco o nada se avanzará en laicidad. Si quienes deberían respetar la aconfesionalidad constitucional no lo hacen, y, para colmo, se doblegan a las exigencias de una Tradición religiosa que aniquila la pluralidad de la sociedad, lo tenemos crudo.

A la mayoría de las familias les gusta seguir la tradición de montar un belén en sus casas. Se lo pide su sentimiento religioso. Tal decisión pertenece a la privacidad confesional y no afecta para nada al respeto que se debe a los demás en este ámbito de las creencias plurales y diferentes, por lo que tal conducta nos merece el respeto mientras se mantenga en la esfera de la intimidad del salón de la casa.

belen1Lo que no se debe consentir es que, en nombre de una tradición, se pisotee la pluralidad confesional que debe presidir el continente y el contenido de un establecimiento de titularidad pública, sea este un ayuntamiento o el Senado, donde se reúnen representantes de la ciudadanía, plural y divergente.

Es lamentable comprobar que la actitud de la clase política en su relación con el cumplimiento de la Constitución, que ellos consideran sagrada, sea tan artera. Los malabarismos que realizan para justificar el cumplimiento de unos artículos y rechazar otros, es, cuando menos, impropio de una ética de su responsabilidad y de su convicción, que dijera Weber.

Los políticos profesionales no están convencidos de que la aconfesionalidad del Estado sea un valor democrático. De ahí su actitud tan irresponsable como contradictoria. Pero no nos engañemos. Tropezar en la piedra del incumplimiento constitucional no es fruto de la ingenuidad, ni de la ignorancia, sino de una voluntad nada democrática.

Instalar en el pasillo del Senado un Pesebre junto con un árbol navideño, recordando el nacimiento de Jesús en el portal de Belén, es un insulto a la ciudadanía y al propio Estado. Se trata de una manifestación religiosa como otra cualquiera y, por tanto, una vulneración flagrante de la Constitución.

¿Cómo es posible que Javier Rojo, presidente del senado, entre 2004 y 2011, suprimiera el Belén, y ahora, Pío García Escudero, del PP, haya vuelto a las andadas nacionalcatólicas? ¿Cómo es posible que dos políticos de la Cámara Alta se comporten de un modo tan radicalmente distintos? ¿Acaso no es lo suficientemente claro el artículo 16.3 de la Constitución? Con su comportamiento lo único que consiguen es desorientar a la población en materia tan inflamable.

En algunas comunidades autónomas, la fiebre del belén viene siendo viral. Proliferan en cantidad de ayuntamientos, de centros sanitarios y en diversos locales de titularidad pública. Si lo hace el Senado, ¿por qué no ellos? Además, ¿qué de malo hay en montar un belén? Sus defensores consideran que dichas representaciones son anodinas, neutras, asépticas, y que nada tienen que ver con la ideología, ni con la política. Solo con su fe. En efecto. Así que hablemos claramente.

inaculadaUn Belén es la representación quintaesenciada de varios dogmas católicos: una madre virgen, una anunciación con ángeles y espíritus fantasmagóricos, un Dios que nace en una cueva, reyes que nunca existieron… Es decir, un escenario donde ciencia e historia son sustituidos por una mermelada de leyendas mitológicas, ya presentes en relatos paganos. Es decir, vestigios supersticiosos que son atentados contra la más incipiente racionalidad.

Hace bien poco, la mayoría de los establecimientos públicos estaban presididos por crucifijos e imágenes de la Inmaculada y de santos de variado linaje y condición. Todo ello ha desaparecido, salvo casos excepcionales debidos a nostálgicos del nacionalcatolicismo y del padre putativo que lo sancionó. Mucha de esta parafernalia icónica formó parte por decreto de lo que se llamó tradición hasta que desapareció sin que se produjera una tragedia. Así que, ¿por qué no se actúa del mismo modo con los belenes? Es decir, ¿por qué no se expulsan del espacio institucional público?

Si una institución religiosa o una comunidad de cristianos creyentes desea montar su belén, que lo haga. Pida el permiso correspondiente a la autoridad y aténgase a las consecuencias como cualquier ciudadano. La calle es de todos. Lo que nunca debe suceder es que una institución pública, ayuntamiento, centros de salud, senado y demás instituciones monte dichos belenes motu proprio y, menos todavía, en representación de los ciudadanos. Si lo hace, perpetra dos delitos: incumple el artículo 16.3 de la Constitución y humilla a la población no confesional o a quienes profesan religiones con distinto pelaje dogmático.belen2

Es necesario y urgente que el gobierno central y comunidades autónomas defiendan el carácter aconfesional del Estado y revisen el calendario festivo, lleno de celebraciones religiosas. No lo planteo para suprimirlas por Decreto, sino para que, al celebrarlas, las instituciones públicas eviten mancillar su naturaleza aconfesional y lesionen así los derechos de la ciudadanía plural y divergente. Si tanto interesa a los políticos cumplir la Constitución, ¿por qué no se esfuerzan en acatarla en este campo? ¿Tanto miedo tienen a la Iglesia y a la población creyente católica que con sus votos pueden montarles el belén del desafecto?

No sean ingenuos. Estos creyentes católicos ni les votan, ni les votarán jamás. Lo peor será comprobar que, como sigan así, no les han de votar ni los de su propio partido. Por incoherentes y por miedosos.

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Una entrevista

CON MOTIVO DE LA CONCESIÓN  de la MEDALLA DE ORO a Altadill, Olóriz y Campión, el periodista Joxerra Senar, del periódico BERRIA, me hizo una entrevista. Como quiera que su contenido no apareció en las páginas del rotativo, pues el periodista lo que pretendía era hacer un reportaje con  entrevistas hechas a distintas personas, transcribo aquí las preguntas que a mí me hizo  y sus respuestas.

¿Qué opinión te merece la concesión de la Medalla de Oro a Altadill, Olóriz y Campión?

Refleja la condición de quienes la han concedido. Cada Gobierno busca espejos en los que mirarse y afirmarse. Es un premio selectivo y nada inclusivo. Y, además, como muchos otros, casi siempre se dan a hombres de buena posición y nunca a mujeres. Es concesión del Gobierno, sin participación de la sociedad navarra. Esta, mayormente, ignora quiénes eran tales ilustres prendas. En este sentido, el hecho puede servir para conocer cuáles son las supuestas señas de identidad históricas en las que un Gobierno sustenta su pensamiento político.

Es decir, ¿que se conceden las medallas a la gente afín ideológicamente?

Porque los argumentos esgrimidos para otorgarlas son un tanto rocambolescos. En este sentido, también podrían dado a título póstumo este premio, a Yanguas y Miranda, a Del Burgo padre, al conde de Rodezno, a Garcilaso, a Baleztena. ¿Por qué? Porque los argumentos esgrimidos para dárselos a Campión y sus compañeros serían los mismos: amor a Navarra, amor al euskera y contribución al conocimiento de la historia de Navarra. ¿Paradójico? Sí, pero no tanto.

-La razón principal que ha esgrimido el Gobierno de Navarra para la concesión de esta condecoración es el diseño de la bandera de Navarra. ¿Es realmente la bandera actual?

Bueno, según sus palabras, el Gobierno la ha concedido “por su aportación a la historia, la cultura y la identidad de la Comunidad Foral, y ser los artífices, a comienzos del siglo XX, del diseño de la actual bandera”. Meter en el mismo saco “historia, cultura e identidad de la Comunidad Foral”, es dinamita bien cebada. ¿De qué identidad hablamos? No entiendo cómo se puede caer tan ingenuamente en esta trampa. La identidad de la Comunidad Foral actual, muy diversa, tiene poco que ver con la concreta identidad que defendían Campión, Altadill y Olóriz para Navarra.

Y la bandera, ¿es la actual?

Basta comparar la bandera y escudo de Navarra desde, al menos, el siglo XIV hasta la Ley de Símbolos para comprobar que no es la misma, y que el franquismo y la derecha navarra, valga la redundancia, ha tenido mucho que ver en esta mentira bien camuflada. En el escudo siguen apareciendo las cadenas del rey Sancho VII supuestamente arrancadas en asalto a la tienda de Miramamolín en la batalla de las Navas de Tolosa. Mito racista derruido por el arabista y euskaldún navarro Ambrosio Huici (estudiado por Roldán Jimeno), a quien sí que había que haberle otorgado dicha concesión, pues su contribución a la historia sí que es decisiva para conocer la verdad de un hecho capital, aunque ya se ve el caso que las autoridades le han hecho: despreciado por el jurado “navarrista” del concurso de 1912 en conmemoración de la batalla de las Navas, encarcelado y represaliado por el franquismo y condenado al ostracismo en su tierra. Esta medalla para sus detractores vuelve a ser la última afrenta.

Actualmente, la derecha se envuelve en esa bandera para denunciar, por ejemplo, la derogación de la ley de Símbolos. ¿Por qué, entonces, UPN ha denunciado como «error histórico» esta concesión, y niega que fueran sus creadores? ¿Por qué, a tu juicio, incomoda esta concesión a la derecha?

La derecha navarrista y española tiene razón. Esa no es la verdadera bandera de Navarra y, en efecto, los galardonados no fueron sus creadores, porque Navarra tenía su símbolo desde siglos antes, reconocido en toda la heráldica europea. Símbolo y soberanía que el unionismo no reivindicará. Y si la izquierda abertzale dice que esa es la verdadera bandera de Navarra entonces, la réplica de la derecha tiene su miga: “¿por qué aferrarse a la ikurriña como signo de identidad de los navarros?”. Pero, ¿quién puede creer a la derecha navarra si ha estado desde 1910 enarbolando esta bandera y, tras el golpe del 36, lo ha hecho con la laureada incorporada al escudo, hasta nuestros días? ¿Por qué durante este tiempo ha consentido una bandera, la de 1910, y ahora dice que se trata de un error histórico? El expresidente Sanz tendría que decir algo al respecto y no callar como muerto.

Altadill, Olóriz y sobre todo Campión abordaron durante su vida el proyecto en el conocimiento de la historia, cultura, euskera, antropología, etc. ¿Te parece importante el legado dejado? ¿Qué campo /campos investigados destacarías?

En el campo de la investigación histórica Campión y Olóriz como activista político y escritor. En el caso de Campión, sobre todo, en el ámbito de la Historia del Derecho y en el estudio de las instituciones claves para entender la Historia Medieval y Moderna de Navarra, alejándose de la interpretación cuarentayunista de Yanguas, que ha seguido el navarrismo andante. Aunque en su tiempo fue una aportación importante, hay que señalar que hoy esta obra se te cae de las manos. Y conviene indicar que las ideas de Campión en torno a la historia a secas y a la antropología son de recibo, de pensadores franceses y de alemanes a través de traducciones francesas. Tales ideas procedían de pensadores de la derecha europea, la más integrista y la más racista de la época: de De Maistre representante del pensamiento contrarrevolucionario, opuesto a las ideas de la Ilustración y la Revolución francesa, y del conde Gobineau, de quien copia algunas de sus ideas relativas a la raza, sobre todo del delirante Ensayo sobre la desigualdad de las razas.

En cuanto a sus aportaciones al euskera, Campión aportó cierta dosis de sensatez al panorama caótico de la época, y su Gramática sirvió para frenar las lucubraciones extraterrestres lingüísticas de Sabino Arana. Pero Campión no estuvo solo en esta labor. Le acompañaron Azkue, Guilbeau y Daranatz.

¿Y como novelista?

En cuanto a su literatura, no aportó nada nuevo. La literatura de su época se regía por las nuevas tendencias del positivismo literario francés y español (Flaubert y Clarín, respectivamente), y él, como el meritorio Olóriz, no salió nunca del costumbrismo y sus tópicos arcaizantes. Utilizó la literatura como instrumento político haciendo que sus novelas se hicieran viejas nada más salir. Hoy son ilegibles. Mal tramadas y llenas de parlamentos soporíferos, además del maniqueísmo que las inspira, a pesar de tener una prosa elegante y bien escrita. Solo sirven como cuadros costumbristas de una época. Pero de gustos distintos está empedrada la recepción literaria. Ni que decir tiene que toda su obra, historiográfica, aportación al euskera y, no digamos ya su literatura, están más que superadas.

Altadill escribió una Geografía General de Navarra meritoria y que, para su tiempo, es un compendio inigualable. Olóriz fue autor de la Cartilla foral, y, sobre todo, fue el gran artífice de la organización y el triunfo de la Gamazada en 1893, y no Campión, como alegremente dicen algunos.

¿Políticamente, qué destacarías de ellos?

Campión fue integrista y “foralista, desde la lealtad a España”. Añádase lo que se quiera a estos dos conceptos, pero siempre aflorarán en sus conferencias y escritos.. Siempre repitió el mismo sonsonete, resumido en estas dos afirmaciones: “Yo soy católico, soy español y no soy ninguna otra cosa… Lo mismo, absolutamente lo mismo y con igual alcance y sentido repito. No sé si existe nacionalismo secesionista, pero declaro con la mayor solemnidad posible que el mío es unionista”. Y esta otra que recuerda a Cánovas: “Yo quiero una España unida por la fe, por los lazos espirituales de la civilización católica, por el sentimiento íntimo de la nacionalidad común”. Puro nacionalcatolicismo. En 1906, lideró la manifestación contra el proyecto de la Ley de Asociaciones Religiosas, del gobierno liberal En la alocución que se leyó, fruto de su mano, y que fue publicada en todos los periódicos, excepto en El Demócrata y El Porvenir, afirmaba que esta ley, que era solo proyecto, “violaba el derecho natural, el derecho constitucional y el derecho divino”. Era “fruto de las logias masónicas a donde debería volver”. Dicha estampa se volvería a repetir en 1910, siendo Canalejas presidente de Gobierno.

Resulta muy extraño, por tanto, que la derecha actual navarra haya cometido el error de rechazar la concesión de esta medalla a Campión, pues en este campo es campionísima total.

La figura de Campión destaca en aquella generación. Desde 1876 a los años 20, Campión aborrecía (creo) del carlismo, aunque fuera diputado integrista mantuvo polémica en los años 90 del siglo XIX con Nocedal -líder de los integristas-, aunque fuera liberal era enemigo acérrimo del centralismo, se consideraba más adelante cómo nacionalista pero no independentista… En un artículo reciente, mencionas que fue un tránsfuga político. ¿Por qué?

En 1876, redactó un escrito en el que defendía las instituciones públicas vascas desde una perspectiva fuerista liberal. ¿Paradoja? Sarampión de la edad. Poco tardaría Campión en atribuir al liberalismo todas las lacras que, según él, habían invadido Euskalherria, incluida la blasfemia. Era antisocialista. Consideraba el socialismo como “el último término de esa revolución anticristiana cuyas etapas culminantes son el renacimiento, la reforma y la declaración de los derechos del hombre”. Campión se alineaba en este campo con las tesis que defendía la Iglesia a través de su encíclica contra el Modernismo. ¿Quién fuera a decirlo? Campión en contra de los derechos del hombre, es decir, en contra de la libertad de pensamiento, de asociación, de expresión, de conciencia, de cátedra, etcétera.

Lo de tránsfuga político era lugar común entre los analistas políticos de la época. Sabino Arana dijo de él que “en muy pocos años ha sido liberal avanzado, fuerista, católico integrista, católico fuerista, Alfonsino, unionista de carlistas, integristas y fueristas”. No solo eso. Arana le acusaba de dar una imagen en sus escritos de patriota y nacionalista, pero, luego, en la práctica política se comportaba como un rabioso español.

Estos mismos cambalaches políticos, le atribuirían La Tradición Navarra, periódico del integrista Ramón Nocedal, y El Demócrata Navarro, que era canalejista-liberal. Campión, políticamente hablando, no era de fiar. Se acostaba liberal y se despertaba integrista y, por la tarde, se ponía el gorro frigio republicano. Y, menos mal, que dijo que no cambiaba nunca.

Según opiniones, aquella generación era navarrista (navarrista y vasquista) y defensores a ultranza del centralismo. Fueron impulsores de la Gamazada de 1893. A tu juicio, ¿por qué el navarrismo de hoy en día reniega de esa herencia política?

Su navarrismo estaba adornado por las tendencias más reaccionarias, provenientes del integrismo católico. Un navarrismo impermeable a los cambios políticos, sociales, culturales de la época. Campión, por ejemplo, rechazó la teoría de la evolución de Darwin aunque, tampoco, defendió el creacionismo. Es el mismo navarrismo que defendería nada más iniciar su andadura en 1903, Diario de Navarra, con el que guarda unas similitudes claras. El navarrismo de Fradúe, alias de Eustaquio Echauri, segundo director de Diario, poco se diferencia del defendido por Campión.

En cuanto al vasquismo se trata de un vasquismo espiritual, emocional y cultural. No en vano, Campion aborrece el término Euskadi, y defiende el de Euskalherría. Junto con Altadill y el benemérito Olóriz eran fueristas desde la lealtad a España. Nunca consideraron que la reivindicación del fuero otorgara a Navarra la consideración de sujeto histórico independiente de España. Lo mismo que la defensa del euskera.

Hermilio Olóriz fue el gran movilizador de la Gamazada, su líder indiscutible. Campión, que era diputado integrista, entonces, siguió lo marcado por el autor de la Cartilla Foral. No se entiende para nada que la derecha navarra rechace la herencia política de Campión, Altadill y Olóriz si es que resulta fácil testarla. Estaríamos ante una escenificación del enfrentamiento con el actual gobierno, al que trata de identificar con políticas y decisiones propias del nacionalismo vasco. Un oportunismo que utiliza obsesivamente, y que en esta ocasión se lo han servido en bandeja.

Mucho de ellos, eran católicos a ultranza. Campión, por ejemplo, fue antisocialista y anticomunista, y muy crítico con el anticlericalismo. Era parte de su ideología. ¿Crees por tanto que eso debería haber pesado a la hora de su reconocimiento?

No pretendo ser irreverente, pero Campión podría pasar por ser un meapilas irredento, es decir, un católico integrista e intransigente. Sus diatribas contra los blasfemos serán las más furibundas que se hayan escrito jamás en un periódico navarro, como las que suscribió en 1883, en Lau-Buru y reproducidas en La Avalancha en 1912.

Los valores para conceder medallas habrá que decantarlos más, pero seguro que nunca lloverá a gusto de todos. La ideología no tendría por qué mermar la validez de una aportación científica, cultural e histórica. No creo que fuéramos tan obtusos de negarle a Fleming, descubridor de la penicilina, dicha medalla por saber que sentía cierto fervor militarista.

Ezkerra y PSN lo han tildado de racista y xenófobo. Algunos han afirmado, que era «hombre de su tiempo» y que el eugenismo era una rama de estudio de aquella época. Zabaleta, por otra parte, afirma que son menciones de artículos de revistas sin garantía» e incluso niega que fuera racista. ¿Crees que la denuncia es echa sin mucho conocimiento, o que es uno de las ‘sombras’ de Campión?

La denuncia de Ezkerra y del PSN está fundamentadada. Campión era racista, xenófobo y antisemita. Su racismo sigue a Georges Vacher de Lapouge, al que Campión cita en su obra Los orígenes del pueblo euskaldún. En Consideraciones acerca de la cuestión foral, sostendrá: “La cultura euskara toleraba el makilla, rara vez homicida. La cultura ultraibérica ha puesto en manos de nuestros ribereños la cobarde, la villana navaja, el arma favorita de los chulos, tipo soez e innoble que, como una gangrena, se va enseñoreando del tipo español.” También, era antisemita, como lo es su novela Don García Almorabid. La descripción física del judío Salomón Asayuel la hace corresponder con el paradigma de su catadura moral interior. Lo mismo cabría decir de muchos párrafos de Altadill, contenidos en su Geografía General.

Y no, no son dos frases tomadas fuera de contexto (textual) las que avalan dichas sombras. Su racismo, xenofobia y antisemitismo estaban muy bien racionalizados. Y, tampoco, es cuestión del contexto político y social. Porque, si Campión pensó y escribió lo que todos pensaban y decían, entonces, ¿a qué viene valorar su obra tratándose de un remedo nada original? Desengañémonos. En su época, existieron otras fuerzas políticas, culturales, literarias y religiosas, que defendían otros modos de pensar e ideas, muy muy diferentes a las de Campión. Así que no culpemos al contexto de sus “meteduras de pata”.

Afirmas que Garcílaso y Campión comparte el mismo transfondo ideológico como ultracatólicos y defensores del euskera y Euskalherria. Si realmente Garcílaso lo consideraba como maestro, ¿por qué ese navarrismo se olvidó de Campión tras la guerra?

El “navarrismo” foral y español, y amante de Euskalherría, jamás abandonó tal inclinación, más sentimental que política. Basta con leer los articulos de Uranga Santesteban, Ollarra, sobre este asunto para comprobar cómo Campión está en el espíritu y la letra de este gallo monárquico y, por tanto, del periódico de Cordovilla. Diario de Navarra jamás se olvidó de Campión.  Jamás estorbó ideológicamente a dicho periódico. De hecho, en julio de 1972, DN publicaria en su colección el libro de Campión, Fantasía y realidad, presentándolo como «navarro ejemplar».

– ¿Y por qué ese navarrismo fue desgajándose, poco a poco, de esa visión de Navarra y de su cultura unida al euskera y a lo vasco?

La visión de Navarra asociada al euskera nunca fue abandonada por parte de la derecha. La reutilizó a su manera. Y ahí están los escritos de alabanza al euskera por parte de Garcilaso, Baleztena, Rodezno, Del Burgo y el mismo Ollarra. Tuvieron la misma visión que tuvo Campión. El euskera estaba bien para rezar, pero no para hacer política, como han hecho después los nacionalistas separatistas de Euskadi. Ollarra dixit. El euskera, la lengua, era lazo espiritual de unión fraternal con el resto de las provincias, espíritu que animaron de forma singular los bascófilos de la Asociación Euskera de Navarra, desde 1877. Lo vasco es término político. La impronta que dio Arana a la lengua como garante del nacionalismo -en principio separatista-, no era la perspectiva que tenía Campión, que nunca fue secesionista, sino unionista, y en esto la lengua no estorbaba. Y otra faceta importante que hay que resaltar aunque no guste: la defensa del euskera en este país, desde la Asociación Esukara de Navarra, recayó siempre en manos de la gente más reaccionaria y conservadora, política y socialmente, como fueron estos bascófilos, luego los conservaduros de Diario y al alimón los carlistas, con los Baleztena a la cabeza.

Paradójicamente, su defensa pasó después a manos de los movimientos de izquierdas y el resto ya sabemos cómo fue. El discurso de la derecha, contradiciéndose pero sabiendo siempre que estaba mintiendo, hizo del euskera el signo por excelencia del terrorismo y del separatismo. Un final que sospecho, jamás hubieran comprendido Campión, Altadill y Olóriz. Y, tampoco, aceptado.

Ezkerra lo ha tildado de franquista, por un articulo firmado por Campión y que apareció en setiembre de 1936. Hay mucha polémica por la motivación real de esa firma. ¿Que opinas al respecto?

Campión nunca fue franquista. No tuvo tiempo de serlo. Con relación a su escrito apoyando a los militaristas facciosos, ignoro cómo fueron las cosas. Pero me da que, si a Campión con casi noventa años, ciego y enfermo, le dan a firmar un documento en el que se reconocía la superioridad de la merluza del Cantábrico a la dorada de Valencia, seguro que también lo hubiese firmado. Lo terrible no es que firmara dicha sevicia documental, pues ignoro cuál era su lucidez mental y su grado de autonomía, supongo que nula, en estos momentos. La vileza estuvo en los energúmenos que buscaron la firma de un anciano. Solo a una panda de criminales se les ocurre perpetrar semejante alevosía.

 

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Identidad política y banderas

 

urtasun-dibujoLos símbolos como las palabras son inocentes. No lo somos las personas que los utilizamos. Las palabras como los símbolos dicen lo que nosotros queremos que digan. Por eso, su significado nunca es homogéneo, ni uniforme, aunque usemos el mismo emblema y vocabulario. El lenguaje no es denotativo; solo lo es en el diccionario. En la práctica, es connotativo, más que indicar, sugiere, evoca, rememora. Las palabras y los símbolos están atravesados por la memoria, individual y colectiva.

La identidad de Navarra que supuestamente refleja “su bandera” no es igual para Geroa-Bai que para Bildu, PSOE, Podemos, IU, y, ya no digamos, para UPN o PP. ¿Qué Navarra ven representada en dicha bandera cada uno de los partidos en litigio dialéctico habitual? ¿La de todos los navarros? Ni en sueños.

Cada una de estas formaciones políticas impregna dicho símbolo con los planteamientos que convienen a su ideología. La bandera de España produce el mismo pandemónium de interpretaciones. Por esta razón, hay gente que se lo pasa bomba cuando ven quemar las banderas de los demás. La fiesta de la ignición banderil va por barrios, según sean pirómanos patriotas.

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Si hubiera respeto, no a las banderas que esto es consecuencia, sino a su causa, es decir, a los proyectos políticos plurales de la ciudadanía, desaparecerían estos aquelarres alimentados con paños patrióticos. Los símbolos no tienen un significado per se; se los damos. Es lógico. Los materiales usados para su confección son asépticos, insípidos, privados de cualquier semántica. Son telas y objetos. Sin más. Lo que significan, después, es producto de una representación mental humana, hecha con fines diversos.

Históricamente, no fue la sociedad quien les transfirió ese particular significado. Lo hizo el poder, de la nobleza, de los reyes y de la Iglesia, esta artera especialista en sacralizar objetos paganos de todo tipo.

Hay gente que ve en las banderas y los escudos el signo de su identidad política. Nada que objetar. Solo lo haré cuando leo: “todos los navarros, sin distinción de ideología, nos sentimos identificados con el escudo de Navarra”.

Mentira gorda. No todos los navarros se identifican con la bandera de Navarra, ni con su escudo, sean los que sean. Existen personas a quienes esta simbología ni les dice nada, ni representa nada. Sería de idiotas deducir que se es más navarro por creer en su bandera o en su escudo que no hacerlo. Tampoco, menos.yarnoz

Aceptemos el hecho. Las personas no viven, ni sienten de igual modo esta liturgia laica. Pero la indiferencia simbólica no significa que quienes la vivan no quieran a Navarra, su tierra, sus gentes, su paisaje, sus tradiciones, su cultura, su gastronomía y su jota. Hay que ser muy ingenuo para sostener la hipérbole anterior de que “todos los navarros sin distinción de ideología, etc…”. Es, además, falaz afirmación, porque la variedad de versiones de símbolos que se exhiben son la demostración de la presencia de distintos planteamientos ideológicos a lo largo del tiempo.

13Ninguno a gusto de todos. Y, si para colmo se termina equiparando la bandera de Navarra con Osasuna, “símbolo en el que convergen todos los navarros”, -se dice el pecado, no el nombre del pecador-, diré que se trata una melonada tan grande que ignoro cuál pueda ser la siguiente estupidez que la supere.

El debate sobre esta cuestión no es baladí. No lo es, porque forma parte del discurso oficial con el que se intenta asentar la situación de Navarra como provincia española, explicando su historia pasada desactivando aquellos hechos que afirman su protagonismo, sobre todo, presentando su conquista por el Falsario como circunstancia lógica, necesaria y providencial, en el devenir histórico de España. ¿Que exagero? Ni una coma. Lean a los Del Burgo, padre e hijo, y a aquellos que bailan al compás del mito de las cadenas contra el moro, incluso después de desmontarlo Ambrosio Huici en 1912, para confirmar tal evidencia.

Navarra-julio-de-1512-Una-conquista-injustificada-i1n6762856Y, si lo desean, corroborarán más mi punto de vista si leen la inestimable investigación de Álvaro Adot, Navarra, julio de 1512. Una invasión injustificada.

Es en esa adaptación falseada de los hechos, donde se inscribe la polémica actual de los símbolos, bandera y escudo. Para restarles importancia, algunos aducen, por ejemplo, que el carbunclo del escudo de Navarra no es tal, sino un refuerzo metálico sin valor simbólico alguno. Para ello, invocan que la Heráldica nació más tarde…, como si hubiera un edicto fechado para tal eclosión nobiliaria y el valor simbólico estuviera en el objeto y no en el sujeto que lo transfiere a este.

Si fuéramos consecuentes con este planteamiento, se concluiría que, en esa época, Navarra estaba poblada por gañanes ignorantes que se dedicaban a poner en lugares como la catedral de Tudela o San Miguel de Estella, en monedas, sellos oficiales, etcétera, unos escudos adornados con hierros de refuerzo, que nada representaban, y que, ¡oh, casualidad!, entre los miles de tipos diferentes que pudieron escoger eligieron el que años, después, “igualico igualico”, sería el que representaba a Navarra. ¿Dónde estaban los refuerzos similares de los escudos de otros países, Castilla, Francia o Inglaterra, en catedrales o lugares de referencia?

Apelar a que la Heráldica “nació más tarde” es argumento banal y manipulador. La Heráldica no tenía la función de descubrir y explicar símbolos, pues tenían vida propia desde antiguo, sino de regular y controlar el acceso de los pretendientes a la condición de noble.

100711887También, se dice que hubo antecedentes a las descripciones que se hacen de la bandera de Navarra, entre ellas las de Correa, pero, a continuación, se cuestiona el valor simbólico con el que se enarbolaron: que si lo hicieron en representación del rey, del reino, de la milicia local o como simple bandera de guerra. Tales disyuntivas conducirían a imaginar que los navarros, antes de sus enfrentamientos armados, serán asesorados por algún psiquiatra-nigromante, que les aclararía tal empanada simbólica y, así, tras la terapia, saldrían al campo de batalla a repartir mandobles, interpretando algo más seguros su papel.

En cuanto a discutir si eran símbolos particulares, exclusivos de los monarcas y que no representaban al Reino, busca un claro objetivo torticero: sostener que Navarra no tenía más conciencia de pertenencia que la de salir al trote gregario del noble de turno. De ser así, ¿cómo fue posible que, monarca tras monarca, utilizasen el mismo símbolo y que, “no siendo ese mismo el de Navarra”, terminase siéndolo? No sé, pero hay casualidades que ni el cálculo de probabilidades más “flipante” aceptaría.

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Analizar los símbolos desde el presente, negando que “entonces” no significaban lo que hoy, es oportunista “verdad a medias”, porque lo que se pretende es negar a Navarra el valor político que tenía. Que los símbolos de hoy no puedan trasladarse al pasado -¡ni falta que hace!-, no impedirá que muchos navarros se vieran representados por el carbunclo y tuvieran conciencia clara de pertenencia a Navarra, tan prístina como la que dicen algunos tener en el presente.

Sea como fuere, que no como dicen los Del Burgo, Navarra no es el problema. Ni su bandera, ni su escudo, sino la ambición política de tirios y troyanos, a quienes sigue molestando la historia pertinaz de su soberanía. Ese es el quid. Nada simbólico, por cierto.

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