Víctor Moreno. Patrimonio de la humanidad

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Se han enzarzado dialécticamente, como quienes no quieren la cosa, Rafael Sánchez Ferlosio y Mario Vargas Llosa acerca de la llamada fiesta nacional de los toros.
El primero ha sentenciado que las corridas de toros no son patrimonio de la humanidad, sino una de sus vergüenzas más manifiestas, reflejando, más a más, la españolez de quienes las sostienen teóricamente con sus escritos más o menos esotéricos y prácticamente asistiendo a las plazas para ver cómo el torero filosofa sobre la muerte y hace arte matando a un animal indefenso.
El segundo ha replicado que los toros son un preclaro patrimonio de la humanidad y de la constelación de Orión según han determinado filósofos, pintores, artistas, sociólogos y, por supuesto, toreros insignes. Y que sólo una parva comprensión de las corridas de toros hace posible su rechazo, pues quien va a los toros es persona sensible, sentimental y culta. Para muestra, el propio Vargas Llosa.
A la vista de lo cual, resulta una pena que en tiempos de Jesús el Nazareno no hubieran existido corridas de toros, porque, a buen seguro, fueran los escribas o los saduceos, le habrían abordado al divino con la cuestión: “Maestro, ¿son la fiesta de los toros patrimonio de la humanidad?”.
Como no ocurrió dicho encuentro, nada diremos de lo que supuestamente pudo haber contestado Jesús de Nazaret. Ni siquiera valdría el consabido recurso de decir: “dad a los toros lo que es de los toros, y a la humanidad lo que es de la humanidad”.
El hecho de que los evangelios no terciaran en este asunto revela, en cierto modo, la falta de tacto cognitivo de la Providencia, pues en asunto tan dialéctico, que salta a la palestra cuando le pica a alguien la sarna de escribir y no sabe de qué hacerlo, la teología hace tiempo que tendría que haber resuelto dicha aporía. Si los teólogos de Trento se enzarzaron en dictaminar si Adán tenía o no ombligo, parece extraño que las corridas de toro, que ya en esa época levantaron hogueras dialécticas incendiarias en las clases cultas y analfabetas, no fueran objeto de un decretal definitivo por parte de sus eminencias teológicas. Digo definitivo, y no decisiones coyunturales para prohibirlas o permitir su asistencia tanto a los curas como a los laicos, según dictaran las circunstancias provechosas o no para la Corona y para la Iglesia.
¿Son los toros patrimonio de la humanidad?
La verdad es que a la humanidad le importan un pepino los toros y las corridas que se montan los hombres con ellas. La humanidad no existe.
Si la españolez, como esencia de lo español cutre, que dijera Ferlosio, no existe, como le replicaba oportunamente Vargas Llosa, cabe indicarle a éste que, tampoco, la humanidad tiene visos de existencia. Es una entelequia y una abstracción, con todas las trampas posibles y a disposición de su consumidor.
Así que, si para rechazar las corridas de toros hay que hacerlo por ser reflejo de una españolez más que cutre, barriobajera, o si, por el contrario, para defenderlas hay que considerar que son patrimonio de la humanidad, inexistente por más señas, ¿no cabría la posibilidad de intervenir diciendo “por qué no os calláis ya” y dejáis a los toros en paz de una puñetera vez?
Seguro que la españolez y la humanidad lo habrían de lamentar.

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