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fuera_de_lugar

 

Víctor Moreno

El título del libro juega voluntariamente con dos sentidos, referidos a lo que se dice o se hace.
El primero de ellos es el que sigue: Fuera de lugar es un lugar donde va a parar todo aquello que se considera inadecuado, impertinente, desubicado, incluso, maleducado. Por eso se dice que tal o cual hecho, idea, comentario están fuera de lugar. Lo que está fuera de lugar, se diga o se haga, siempre está mal. Y, por tanto, motivo de comentarios negativos.
El segundo hace referencia al contexto, en este caso, a lo que está tomado fuera de él. Lo que está fuera de contexto da pie y motivo a que los agraviados justifiquen cada una de las cosas que hacen o dicen. Este es un detalle del autor, ya que así el agraviado siempre podrá justificar su inclinación a la andrómina apelando al contexto.

De ahí que resulte muy pertinente hablar de san Contexto, virgen y mártir, que, como es sabido, lo justifica todo, excepto la cortedad mental. De hecho, apelamos al contexto –más bien habría que decir contextítculos–, cuando lo que se dice de nosotros nos deja fuera de lugar.
En cuanto al subtítulo, estaríamos en las mismas explicaciones semánticas. La frase puede sonar a obligación y, también, a lamento. En el caso del libro, más de lo segundo que de lo primero. Aunque cabe la posibilidad de hacer más caso a lo primero: pues se trata de una de las maneras más fáciles de saber lo que dicen y escriben algunos escritores, que, en ocasione, más le valiera no haber abierto la boca.
Método de análisis del libro
En la contraportada, se caracteriza este libro de raro en el panorama editorial.
¿Por qué raro?
Siempre han existido dos métodos de acercamiento a la obra literaria y al pensamiento crítico: en línea recta y en línea curva. Es decir, directa y frontalmente; y, al contrario, dando vueltas, circunloquios, buenas maneras, en ocasiones muy hipócritas, y, sobre todo, rodeos y curvas.
En la actualidad existe un predominio de la línea curva. Nadie señala con nombres y apellidos quiénes son los que están enturbiando el panorama literario y cultural de la época. Conviene señalar de una vez por todas qué críticos, qué escritores y qué analistas dicen lo que piensan, pero no piensan lo que dicen.
El libro apuesta, siguiendo la teoría del vapuleo de Baudelaire, por la línea recta. Porque ya está bien de generalizaciones, de indirectas y sobreentendidos. La culpa de la situación actual no es sólo del Mercado. También la tienen ciertos críticos y ciertos escritores.
Puede que el lector se quede únicamente con el hecho evidente de que su autor se “mete” –y de qué manera– con Muñoz Molina, A. Grandes, Marías, Gamoneda, Goytisolo, Saramago, E. Lindo, Suso de Toro, C. Fuentes, De Prada y otros escritores y críticos consagrados. Hará bien si lo hace, pero considere lo siguiente.
Las relaciones interactivas entre lenguaje y pensamiento cada vez son más tenues o más débiles. Cuando hay dejación del pensamiento, el lenguaje nos las hace pasar canutas, de tal modo que caemos en la banalidad y en la confusión mental. Es, entonces, cuando se sustituyen las ideas por las ocurrencias. Ni que decir tiene que hoy día vivimos en el país de las ocurrencias. Parecemos herederos directos de san Umbral, el ocurrente por excelencia.
Existe una queja generalizada que sostiene que hoy día se habla y se escribe muy mal en todos los ámbitos, privados y públicos. El problema, grave problema, es que quienes deberían hablar y escribir bien, porque se supone que piensan, hablan y escriben mal. No sólo eso. Han sustituido la inteligencia por el lugar común, la banalidad  y la frase más o menos hecha.
Hasta ahora, se consideraba que eran solo los críticos quienes vivían pegados a la frase hecha y al lugar común. Sin embargo, hoy se puede asegurar que les han salido, y quién fuera a decirlo, unos serios competidores: los escritores.
Cuando hablan de lectura, escritura y literatura son tan desastrosos como los críticos (que también, sin paliativo alguno, son escritores). Estamos de acuerdo con Marías cuando dice que los escritores son unos transgresores del idioma, pero, ciertamente, no es su caso. Pues no hay ningún escritor que maneje el anacoluto con la habilidad y la generosidad como él lo hace.
Los actos de habla protagonizados tanto por escritores como por los críticos son, como diría Austin, actos perlocutivos, y por tanto, punibles. El autor de Fuera de lugar como no es juez, se limita a ridiculizarlos, que es una manera de decir: que se los pasa por el turmix de la risa y del sarcasmo. No sus personas que le merecen tanto respeto como el resto del ancho mundo, sino sus frases que son el traje con el que viste su pensamiento, que, más que líquido, es inexistente. 
En definitiva. Si los críticos y escritores dicen lo que piensan, mal; si piensan lo que dicen, habrá que deducir, entonces, que no piensan; o, si piensan, lo disimulan demasiado bien.

 

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