Pedro Esarte. Javier Ciga Echandi, idealista y, además, artista

A Javier Ciga Echandi (1885-1959), se le va a conmemorar con una exposición de sus cuadros, en el Museo Oteiza de Elizondo, el día 29 de este mes de marzo. Vaya con este recordatorio mi adhesión al mismo.

Lo conocí de pasada en Elizondo y, aunque apenas traté con él, mayormente dada la diferencia de edades, sí que lo vi a menudo cruzar el puente de Txokoto, cuando se desplazaba andando desde Lekaroz a Elizondo, ya que yo trabajaba en la carnicería de mi padre, que daba por frente al citado puente, y estaba pareja a la tienda que muebles Guibert tenía en Elizondo.

Su conocida amistad con el empleado de dicha casa forjó un cuadro (éste no pintado), de tertulias e intercambio de noticias en la sala de entrada, en reuniones con otros vecinos del valle, en las que a veces coincidió mi padre. No hay que olvidar que la tienda de Guibert tiene su entrada por los arkupes, donde dibujó el cuadro del mercado de Elizondo.

Puestos al relato, no puedo menos que anotar la anécdota de que mi padre se resentía con Ciga y así se lo decía quejosamente. Mi padre posó en el cuadro del Viático durante varios días vestido de monaguillo, para que finalmente, el pintor plasmara la cara de otro en la pintura. La cara del citado cuadro pertenece a otro monaguillo de la parroquia, que después fue sacerdote, don José Lasa.

No recuerdo, pero creo que este hecho lo habría oído más de una vez su hija Mari Cruz cuando compraba en la carnicería, porque mi padre hizo de ello una cuestión de honor, queja y espina clavada.

Ya me lo había contado varias veces, y no descansó hasta que me lo contó delante del propio Javier Ciga. Éste no rebatió sus argumentos y expresó la veracidad de lo que contaba mi padre con una sonrisa socarrona, que sin ser ofensiva, daba a entender que nunca lo convencería de que el detalle de buscar la cara más apta para el dibujo, la llevó en su realización profunda de pintor retratista.

Aún lo veo con su pequeña estatura, su paso lento pero seguro, saludando y devolviendo saludos, por la plaza que se abre tras el paso del puente de Txokoto. Plaza que hoy tiene su nombre, por aprobación del batzarre que presidí el año 1992, y colocación de placa al año siguiente, por el alcalde-jurado que me sustituyó Jon Francesena.

De espíritu familiar y abierto, trasladó sus pensamientos a cada imagen, escribiendo las notas de los rasgos reflejados, como si fueran espejos que brillaran de sus fisonomías. Ver el cuadro de Migueltxo reflejando la ternura del niño feliz y la inquieta paciencia con que soportaba el posado, sin dejar de constatar el rictus del retratado, que esperaba ansioso el aviso de que ya había acabado de posar, para acudir a sus juegos, son contrastes difíciles de captar al unísono, como lo captaba Ciga.

Su preocupación social por destacar las características de su pueblo (el nuestro) también estuvo presente. Así, Ciga también nos ha dejado plasmados en sus cuadros los ideales que tuvo y mantuvo en situaciones adversas, en espíritu y presencia, recogidos y reflejados en sus cuadros, tanto costumbristas como sociales de la época. No voy a extenderme en su historial artístico, pues ha sido multitudinariamente reflejado en exposiciones y premios y para ello hay personas mas calificadas que el que esto escribe.

Tampoco voy a extenderme en su historial político que tuvo su reflejos siendo concejal de Pamplona en dos períodos (1920-23 y 1930-31), y su prisión y encarcelamiento por las hordas franquistas que sojuzgaron a Navarra a través del terror con prisiones y asesinatos. Represión que sufrió en el silencio de los artistas, aunque los más allegados conocen (conocemos) algún desahogo momentáneo que tuvo, contra el centro de las injusticias que le tocó sobrellevar.

Me limitaré tan sólo a recoger el memorial de sus ideales, la reseña que menos se ha reflejado de él. Los cuadros que tratan de la asamblea de ancianos reunidos y la elevación del rey de Navarra. Uno recrea la idea de la ley sometida al uso y costumbre general, situada en el derecho, mediante acuerdo popular por miembros elegidos por su edad y sapiencia (el cuadro de los ancianos en asamblea), y en el segundo se representa la elevación a rey del capitán electo por la asamblea.

En ambos se fija el hecho de construir voluntades desde el suelo de la humanidad, es decir, el acuerdo entre los humanos que componen una comunidad, por encima de la representatividad real por sí o por designio divino que se acostumbra a dibujar. Es el reflejo de lo que también Lacarra plasmó históricamente. El relato de la infanzonía ciudadana, decidiendo si se admite rey o se rechaza, y la validez del sistema de elección.

Es ésta su faceta más silenciada, la del ideal político. Y, sin embargo, para mí, es la parte esencial que muestra al hombre con ideales sociales y los complementa saliendo del ahogo de ideas al que se ve sometido, a través de la pintura. Y es esta faceta ineludible de su personalidad y espíritu, la que debe ser reconocida como forjadora de su obra. Es el hombre quien hace la obra, y no ésta al hombre.

En el espacio escrito en la enciclopedia navarra sobre él, que firma FJZC, no se le hace justicia exactamente. “Su militancia política, que provocó su encarcelamiento durante la guerra, no le impidió ser apreciado por todos…”. No fue su militancia la que provocó su encarcelamiento, sino el fascismo rebelado contra la libertad de militancia. Y en cuanto que no le impidió ser apreciado ¿cuál fue el pecado original que le achaca el autor de la citada crónica?

Entiendo pues que es la forja de su espíritu la que rompe pintando y trata de sacar al exterior lo mejor que lleva dentro. En el presente caso, la fuerza mostrada en su pintura es el reflejo de la intensidad y capacidad que Javier Ciga Echandi llevó en vida, y lo mantiene meritoriamente en la posteridad, a través de la fuerza de su espíritu plasmado en la visión artística del legado de su trabajo.

Artículo publicado en Noticias de Navarra.com

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