Marías y la crítica

 

 

La advertencia es de dos clásicos, Terencio y Horacio: “No se aprende de los elogios desmedidos de los amigos”. T. Bernhard, en su novela El malogrado, afirmaba que solo los tontos admiran, añadiendo que son idiotas, también, quienes babean por los aplausos recibidos. En la edad que precede a la madurez las alabanzas no nos hacen crecer intelectual y éticamente. Probablemente, nos dejen en el mismo dique del inmovilismo. ¿Cómo cambiar si lo que haces recibe el aplauso unánime de una claque entregada?

En Marías, los disparates gramaticales de su prosa -incipientes en sus primeras novelas-, seguro que hubiesen desaparecido siguiendo los consejos de sus más acerados críticos; sobre todo, de dos.

Uno, Ricardo Senabre, profesor y crítico que nunca apreció a Marías como escritor. Senabre pertenecía a la escuela crítica de Steiner, formada por quienes hacen lectura atenta con lapicero en mano. A Marías lo catalogó de “escritor de prestigio inflado”, en un tiempo en que cierta crítica lo presentaba como genio, al mismo nivel que Cervantes. Senabre consideraba que la escritura de Marías chirriaba por su desmesura y autocomplacencia lingüísticas. En ocasiones, le recomendó reprimir su euforia verbal, cortar su inclinación a escribir con frases confusas y desorientadoras, y rebajar la presencia de lucubraciones en sus novelas. Finalmente, le aconsejó imitar la sencillez cervantina, pero el de Chamberí desoyó al de Alcalá.

Otra leyenda se habría fraguado de Marías si hubiese aceptado del crítico-profesor sus consejos gratuitos. Pero no. Así que es fácil imaginar el cabreo del escritor viendo cómo Senabre aireaba en Abc frases impropias de quien como él iba para premio Nobel o, como dijo un crítico gilipollas, “a convertirse en la gran esperanza blanca de la literatura europea”.

El segundo crítico que más tiempo dedicó a Marías fue Manuel García Viñó. En el libelo La fiera literaria, García Viñó coleccionó para la posteridad una sustanciosa antología de disparates gramaticales del escritor. Dicha antología podría pasar como contribución de Marías a la mejora de la escritura de futuras generaciones. En ella, están la mayoría de las “incorreciones gramaticales” que un aspirante a escritor debería conocer para evitarlas.

Lamentablemente, Marías pasó de las advertencias de Senabre y de García Viñó.

Ello no ha impedido, paradójicamente, que su última novela, Berta Isla, recibiera el premio de la Crítica 2017, concedido por la Asociación Española de Críticos Literarios. Según el ponente del jurado, Pozuelo Yvancos, es una «novela de gran altura en el contexto de la narrativa europea”. Un juicio digno de un agrimensor, pero no sé si de crítico literario. Y, a propósito, ¿a qué “narrativa europea” se refiere el crítico? Nada dice de los autores que forman parte de ese contexto, ni con qué autores compara Pozuelo la altura literaria de Marías. Estaría bien poner ejemplos.

Se ha afirmado que Berta Isla es “la mejor novela publicada en España en 2017”, de ahí el premio. Su autor no solamente se lo cree, sino que sostiene que es un premio “de los que uno puede estar seguro de que no intervienen en él factores extraliterarios”, pues “los críticos españoles no se van a dejar influir por nada o nadie”. Tanta ingenuidad en escritor de mente tan retorcida enternece.

Por su parte, el jurado aseguró que se fijó “únicamente” en valores literarios para premiar Berta Isla como la mejor novela de 2017. Ante esta afirmación, me pregunto si las imperfecciones gramaticales, que señalaron Senabre y García Viñó en las novelas de Marías y que se reproducen con igual prodigalidad en Berta Isla, no merman esos valores literarios.

Precisemos. Si se acepta que una novela es mala, solo porque presenta incorrecciones gramaticales, la conclusión sería devastadora: no se libraría de la hoguera ni Cervantes. Lo habitual es decir que en cualquier novela existen imperfecciones. Por eso, lo que más molesta en este campo es la parcialidad de ciertos críticos, quienes ante estos “disparates” no mantienen un criterio uniforme de desagrado. Se fustigan según quién los patente.

En el fondo de la cuestión, el problema, no solo es procedimental, sino, también, conceptual. ¿Cómo se establece la identidad formal del escritor? ¿En qué nos basamos para determinarla? El respeto a las normas de la gramática y a las constantes del estilo, ¿es decisivo en dicha identidad? Dicho de otro modo: ¿cuáles serían las valencias literarias que aseguran el valor de una novela? Henry James decía en La figura de la alfombra que lo importante era la “sensación de totalidad”. Pero se trataría más bien de una petición de principio al no concretarse qué valores producen esa sensación, caso de que existan o solo está en la percepción del lector.

Sea como sea, lo cierto es que cada novela de Marías ocasiona este tipo de rifirrafes dialécticos y la pregunta se hace engorrosa: ¿En qué medida la presencia de sus incorrecciones gramaticales devalúa su escritura? No lo sé, pero Berta Isla, como novela, no fracasa por esas incorrecciones, sino por otras razones, derivadas de la inconsistencia de la voz del narrador, de la deficiente caracterización de la protagonista y de una trama, que se pretende compleja, pero es un más que tanto predecible, aparte de las “morcillas digresivas” introducidas con fórceps en el relato, que no añaden nada a la comprensión de la intimidad de Berta y solo producen bostezo y aburrimiento.

En cuanto a las relaciones tortuosas de Marías con la Gramática, digamos que no son todavía un problema de Estado, pero sí motivo de preocupación para sus lectores, a quienes el escritor ha tenido el detalle de responderles, educada actitud que no mostró hacia Senabre, ni G. Viñó cuando estos vivían.

Y lo ha hecho para decir que él no es responsable de ellas, sino “percepciones falsas” de ciertos lectores. A estos lectores les ha explicado que el malentendido está “en la diferencia entre el acusativo y el dativo”, difícil de distinguir; además de “recordarles que el narrador en primera persona es un personaje como los demás, susceptible de desconocer datos y tener lagunas”. Sinceramente, no imagino a Marías dando estas explicaciones de sus hipotéticos errores gramaticales a Senabre y García Viñó. ¿El dativo y el acusativo? ¡Anda ya!

Claro que no se sabe bien qué humorada es más infantil, si culpar a los lectores que no saben latín e ignoran la tipología de narradores existentes, o hacer como Savater que considera que Marías “utiliza una sintaxis heterodoxa y chocante”-¡bien por el eufemismo!-, y quienes la critican, no es porque ignoren el acusativo y el dativo de rosa, rosae, ni la diversidad de narradores, sino, porque es “gente malencarada, secta de justicieros literarios, perdonavidas y torpe jauría de pedantes”.

¡Jodo petaca! Si a unos don nadie Savater pone a horcajadas de asno por mostrar con ejemplos las incorrecciones gramaticales presentes en las novelas de Marías, ¿qué injurias dirá, entonces, contra quienes se atrevan a proclamar que él como novelista es una mierda a pesar de haber ganado un Planeta acordado? Supongo que guardará prudente silencio y encargará su apología a Marías.

 

 

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