De tópicos electoralistas   

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Suele decirse que los tópicos son incompatibles con la inteligencia. Y que echar mano de ellos es signo de gandulería y pereza cognitiva. Tanto que, cuanta menos formación tenga un político, mayor será su capacidad para refugiarse en el calcetín sudado de los tópicos. De ahí que huelan tan mal. Si esta premisa fuera concluyente, podríamos sugerir que la clase política, sea casta, virgen o promiscua, vive en permanente siesta lingüística. La utilización que hacen de tópicos y lugares comunes parece consustancial a su cargo. Así que, antes de acceder a él, deberían recibir un tratamiento específico contra el uso de esta plaga. Los tópicos son genéricos; de ahí su ineficacia.

¿Y qué decir de la nueva hornada de políticos? ¿Ha modificado su verborrea respecto a sus mayores o sigue naufragando en el Escila deltópico y el Caribdis de la frase hecha?

Vayamos por partidos,

Los del PP siguen obsesionados con el término comunista como lo estuviera Franco. No hay político del PP que no lo utilice para amenazar a la sociedad con una apocalipsis. Estaría bien que alguno de sus dirigentes se saliese del armario de su comité central y avisara que el comunismo es una alternativa política tan válida como otra cualquiera. Si no fuese así, a sus dirigentes, tanto del PC como de IU, habría que meterlos en la cárcel. A no ser que los populares confundan el Parlamento con una prisión y estén a la espera de cargárselo una vez más cuando sean mayoría absoluta.

  Cuanto menos civilizada es la derecha, más inclinada está a tirar de tópicos anticonstitucionales, esencialmente franquistas, y que ya no asustan ni a las monjas de clausura. Si fueran realmente demócratas, inventarían otras amenazas lexicales, dejando atrás términos tan rancios como leninista y comunista. Porque la dictadura franquista ya pasó, ¿no? Al utilizarlos ponen en evidencia lo poco que han evolucionado en términos de pensamiento político.

A la izquierda le va, obviamente, otra marcha terminológica. Pero conviene no hacerse ilusiones. Al buscar el mismo fin de ningunear al que tienen como oponente electoral aunque este sea de izquierda, caen, también, en la misma desfachatez lingüística. Y ya se sabe que, cuando no hay talento, hay talante. Y así pasa.

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Hace unos días, Patxi López mandaba a Pablo Iglesias al inframundo. Lo acusaba de estar poseído por “la ambición de querer el poder, sea como sea”. Alucinante. ¿Acaso ha olvidado López jauna que eso fue lo que él perpetró, no una, sino dos veces consecutivas? Una para ser lehendakari y otra para sentarse en el sillón principal del Parlamento. A ver si nos aclaramos. Un político, si algo tiene que tener es ambición política y no, pongo por caso, ambición torera o filatélica. Máxime, cuando tiene el período electoral. Si un político no aspira a hacerse con el poder, ¿en qué debe empeñarse? ¿En pintar aguamarinas? Y hacerlo, ¿cómo? ¿Sea como sea?

  Sé que López iba para ingeniero, así que no tiene por qué saber la etimología de la palabra ambición y que, curiosamente, tiene mucho que ver con el modus operandi del sea-como-sea. Ambición está formada por el prefijo amb y el verbo ire. Significa eso que señala Patxi López sin saberlo: “ir de un lado para otro, hacia la derecha o hacia a la izquierda, arriba o abajo, merodear por aquí, asomarse por allá, acechar por un lado y por otro”. ¿Para qué? ¡Para qué va a ser! Para conseguir la presidencia del Gobierno o la del Parlamento. O las dos cosas a la vez si hay mucha ambición de por medio.

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Si la ambición política personal no molesta, ¿por qué ha de crearte  dolores de tripas la del vecino?  Sea como sea, si la capacidad de distinguir un ambicioso de un tonto es virtud y Patxi López la posee en grado superlativo,  sería del género bobo, de comedia bufa, no explotarla en beneficio del partido. Siempre y cuando se considere que los ambiciosos del PSOE padecen de la misma ambición de Pablo Iglesias. ¿O quiere darnos a entender que la ambición política de Susana Díaz o de Fernández Vara es de distinta naturaleza a la que padece Iglesias? Ya nos explicará Patxi López cómo lo sabe.

No lo sabe. Lo que sí percibimos es la obsesión terminal en que han caído los socialistas con el dirigente de Podemos. Se pasan las horas haciendo  vudú con su coleta. Va a ser su perdición. Máxime si quienes se encargan de manejar las agujas del “pinchamiento” son gente tan torpe como López o Antonio Hernando, el portavoz de los socialistas en el Congreso.

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Si acusar a Iglesias de ambicioso fue una torpeza mayúscula, mucho peor sería incriminarlo por haber manifestado que Podemos había decidido ser un partido socialdemócrata con todas las consecuencias, (lo que ya son ganas conceptuales de complicar más la confusa orientación política de la llamada izquierda).

Hernando como Sánchez pusieron el grito en el cielo enladrillado de la dialéctica. El primero en los medios; el segundo en el debate ya pasado o diferido. Y no me explico por qué tanta escandalera. Todo por una palabra que nadie entiende lo que quiere decir. Si viviera Cinoc, aquel personaje de la novela de Perec, La vida instrucciones de uso, la enterraría y cantaría los gorigori del rigor mortis.  ¿Por qué molesta a Hernando y a Sánchez que Iglesias desee para su partido como seña de identidad la palabra socialdemocracia? Según los socialistas, porque el podemita, al hacerlo, humillaba a quienes lucharon por su nombre. Pero, más bien, se trata de lo contrario. Podría entenderse como un homenaje a aquellos luchadores que sí sabían lo que significaba socialdemocracia. Además, ¿quién les ha dicho a los dirigentes socialistas que son dueños de las palabras del común?

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¿A qué tiene miedo el PSOE? Probablemente, a que esos ambiciosos de Podemos recobren para la palabra socialdemocracia el vigor semántico y político que la mala praxis de su partido hizo añicos. Pero tampoco seamos ingenuos. La socialdemocracia es un término que hasta Lagarde, jefa del FMI, lo pronuncia muy bien en francés, en alemán y en inglés. No le molesta lo más mínimo. Tampoco, al IBEX 35. ¿Y al capitalismo europeo e internacional? En modo alguno. Tanto que el Estado del Bienestar, signo elocuente de la socialdemocracia de la que habla el PSOE, se dice que es obra del buen funcionamiento del sistema capitalista. Más aún. La propia democracia es fruto de él. Al fin y al cabo, si el capitalismo actual no se sintiera a gusto con esta democracia, ¿la dejaría seguir funcionando?

La conclusión de esta premisa es desoladora. La intuía, no Heráclito, sino su primo Parménides: “Métanse cuantas veces quieran en el río; saldrán siempre mojados”. Que traducido significa: es muy probable que en estas elecciones los podemitas se coman crudos a los socialistas. Entre otras causas, por haber destrozado un caudal de palabras que despertaban en el imaginario social utopías ilusionantes, y que hoy no son más que contaminación acústica, frases hechas, tópicos y lugares comunes. ¿Como socialdemocracia? Seguro.

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