La religión como valor turístico universal

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Hasta la fecha, los defensores de la presencia de la enseñanza de la religión, sea en escuelas, institutos y universidades lo hacían los jerarcas eclesiásticos basándose en una axiología tan deleitosa como variopinta.

Tratándose de un término tan interdisciplinar como la religión que, desde tiempos del paleolítico inferior, ha atormentado la argamasa interior del hombre, era lógico considerar que su aprendizaje y su praxis conllevaran cotas sublimes de realización, no solo humana, sino de ese id divino que lleva incrustado el individuo en las costillas de su osamenta. Los obispos de este país se han hartado de decir que la religión da un plus vitamínico al ser en cualquiera de las  apariencias con que se enjuicie su desarrollo: antropológico, ético, moral, democrático, social, político, metafísico, etc. El ser humano sin este cultivo transcendente de su composición molecular está incompleto. No puede ser feliz. Al hombre solo le redime de su barbarie y de su supuesta angustia existencial, que lleva en el ADN, el consumo bien administrado del opiáceo de la religión. Y lo dicen autoridades episcopales que pertenecen a una institución que han hecho históricamente de la guerra un instrumento fundamental para su asentamiento terrenal y materialista. Lo que tiene una retranca cínica sobresaliente cum laude.

 Pero  los tiempos cambian y  los antiguos y beneméritos conceptos van dejando paso a los nuevos. Y así, los defensores de la religión están de enhorabuena, porque, además de basarse en esa purrusalda axiológica maravillosa para defender la presencia de la religión en todas y cada una de las esferas públicas y privadas de la sociedad, ahora pueden echar mano de dos argumentos que casan bien con estos tiempos: la economía y el sistema laboral. Y ello por mor de la religión tomada como valor turístico. iglesia-estupidez6

 El hecho es digno de reseñarse. Las posesiones de la Iglesia producen tanto dinero, tantos intereses,  que ya solo por este detalle sería necesario mantenerla, mimarla y darle lo que pida. Es tal el volumen económico, que produce a lo largo de un año turístico, que no existe empresa del mundo comparable. Es chocante que sea una institución que, abominando del préstamos, de la usura y del capitalismo desde santo Tomás de Aquino pasando por la piedra de las encíclicas de León XIII, sea la que más divisas genere mediante el negocio del turismo religioso. Porque se trata de un negocio de los que dan dinero, mucho dinero. Eso sí, no parece que sea el suficiente para que la Iglesia se plante ante el Estado y le diga: “Basta ya de tratarme como una inválida. Ya sé valerme por mí misma, así que métete tus ayudas y subvenciones por donde diga el ministro de Hacienda correspondiente, que con mis ingresos me basto y me sobro”.

No solamente este patrimonio material –porque de inmaterial nada, no seamos ciegos-, ayuda a la Iglesia a mantenerse viva como una de las Sociedades más ricas del mundo, una sociedad lucrativa sin ánimo de lucro (sic), sino que, mucho más importante, gracias a este turismo religioso crea y mantiene una red de puestos de trabajo que ni la General Motors o el Corte Inglés en sus mejores tiempos.

Si la religión hasta la fecha ayudaba a enjugar las lágrimas del sujeto existencial por este valle de mierda y de perdición que es el mundo del FMI y del IBEX 35, ahora, también, alivia sus bolsillos. Al menos los de una porción de trabajadores que ayudan a que esas posesiones materiales religiosas mantengan su brillo y produzcan esa beatífica admiración en quienes las contemplan.

El turismo que genera la religión está por encima de cualquier empresa que se precie a la hora de generar empleo y sueldo. Que se sepa, aún no se han hecho auditorías externas al respecto, pero, tratándose de la Iglesia, ninguna sombra de sospecha debería recaer en sus compromisos con Hacienda y con la Seguridad Social. Si está a bien con Dios, ¿cómo no lo estará con Montoro? Y quienes critican su desmedido afán por inmatricular a destajo ermitas y edificios solariegos, lo hacen por ignorancia. Gracias a estas inmatriculaciones, ella, madre y maestra, genera puestos de trabajo gracias  a este turismo beatífico y celestial que crea alrededor de aquellas. Sería sectario e intransigente oponerse a esta dimensión nueva que recobra la religión y que tanto bienestar material produce en quienes viven de este cuento gótico maravilloso. Y no seré yo quien distraiga la atención del turista sugiriéndole que visite otras instancias menos metafísicas en sus viajes de ocio. Para nada. Cada persona es muy libre de llenarse los orificios estéticos y metafísicos de su cuerpo como le plazca, sea con obeliscos, con agujas o vidrieras de vetustas catedrales.

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Lo que no cuadra es que mentes tan espiritosas defiendan con tanto afán la presencia de la religión en la sociedad actual basándose en un argumento de naturaleza económico-laboral. Decir que este turismo de la religión ha creado montones de puestos de trabajo y que la seguridad social, gracias a ellos, ha aumentado considerablemente el número de afiliados suena un tanto materialista en alguien que valora más la funda de su cuerpo que la piel de este.


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Sorprende que el fundamento de la religión se base en una argumentación economicista, tratándose de una empresa intrínsecamente espiritual. Porque, por esa regla de tres o de Ruffini,  no se entiende bien por qué no se recupera la santa Inquisición con los puestos de trabajo que proporcionaba.  De ella, comían muchas familias. Hagamos cuenta. Se llevaban buenos estipendios el Inquisidor General, el inquisidor jurista, el inquisidor teólogo. A continuación, comían de ella el fiscal, el receptor, el calificador, el alguacil, el notario de secuestros, el escribano general, comisarios, alcaldes, nuncios, porteros y chivatos. Y, ya no digamos, el sector gremial de carpinteros, hojalateros, alcuceros, hacheros, fundidores, fijadores, herreros, forjadores… Sin olvidarnos del lado creativo de esta criminal institución que espoleaba el ingenio de  los fabricantes y diseñadores de instrumentos de tortura.

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Sin olvidarnos del lado creativo de esta criminal institución que espoleaba el ingenio de  los fabricantes y diseñadores de instrumentos de tortura.

Quizás, esto sea consecuencia de los nuevos tiempos que estamos viviendo. Lo que no impide que sostengamos que este turismo religioso, además de crear interesados puestos de trabajo y avivar la fe de tanta buena gente, lo que consigue es consolidar el poder absoluto de una institución intrínsecamente jerárquica y antidemocrática, incapaz de aceptar las reglas del juego de la sociedad y siempre inclinada a rechazar unos principios autónomos con que esta se ha dotado para convivir con plenas garantías constitucionales. En definitiva, principios éticos del Derecho Civil, y no derivados de la interesada interpretación de los designios sobrenaturales de Dios y de su variopinta familia numerosa.

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