Víctor Moreno. Medios informativos y religión

ObisposNingún medio periodístico debería acoger en sus páginas noticias que tuvieran que ver con la religión, los obispos y la curia celestial. Cuando se trata de hechos esencialmente religiosos, los periódicos y la televisión no deberían dedicarles ni una línea. Solo la hoja parroquial y, por motivos obvios, los periódicos La Razón y ABC son dignos de hablar de tales acontecimientos. Pues el resto ya se sabe que lo hacen para desprestigiar a la Iglesia y al Sagrado Corazón de Jesús.

Dios y su familia, la santísima Trinidad y la corte celestial, no se merecen verse mezclados con noticias tan inapropiadas. Al hacerlo, se rebaja su majestuosidad y su esencia espiritual al nivel de las cosas más prosaicas.

Hay ocasiones penosas. Artículos y reflexiones que hablan de estos seres tan perfectos y tan llenos de pureza aparecen al lado de noticias y hechos que cloquean de la masturbación entre los bonobos y entre los estudiantes del Opus Dei, de la sensualidad de una actriz junto a las cogitaciones del cardenal Rouco sobre el aborto, las cuales pierden su fuerza dogmática en cuanto miras la fotografía de la modelo de al lado.

El cardenal produce lástima. Su apostólico afán por aparecer aquí y allá para sentar cátedra donde solamente hay movimiento de cadera es un poco patético. Alguien debería decirle a Rouco Varela que, por muy potente que sea su pegada teológica, no puede competir con los muslos y pechos exubrerantes de una pin up, tipo Bettie Page. No es el único en cometer semejante desliz. Cualquier pensamiento teológico, aunque sea de san Agustín, de Celso o de Tomás de Aquino, empalidece ante el fulgurante esplendor de carnes de cualquier mujer y hombre macizos. El cardenal debería sopesar estos intríngulis carnales y, a la luz de la revelación sobrenatural, tomar una determinación acorde con el sigilo que requiere la publicación de ideas tan sublimes y sobrenaturales en unos medios tan poco puros.

Las verdades de la religión no son compatibles con las guarradas que cuentan una y otra vez los periódicos. Convivir con ellas no es propio de un modus operandi teológico y transcendental. Al final, su deterioro ha de ser sustancioso. Cualquier página de periódico está llena de mezquindades, de crímenes, de mentiras, de corrupciones y de masacres. Y, sobre todo, vanidades. Y ya se sabe lo que dijo de ellas el Eclesiastés. La fuerza del mal es mucho más atractiva que la del bien. El efecto es tan obvio como devastador. El lector se quedará con cualquier payasada de algún famoso y dejará pasar la mayoría de los pensamiento sublimes de la religión, suscritos por algún teólogo de postín o aspirante, tipo Juan Manuel de Prada. Desgraciadamente, dichas verdades religiosas, sean del papa Francisco o de san Felipe Neri, no mitigan el impacto de la barbarie contenida en las páginas del periódico o en la pantalla de cualquier cadena.

La catequesis religiosa debería preservarse como un bien insólito, solo accesible a aquellos que de verdad están por la labor de empaparse de su verbo eterno y de su doctrina imperecedera. El lugar de la religión no es el periódico, sino la iglesia, la parroquia, la basílica, la ermita, la cueva y el monte, donde la majestuosidad de Dios y la palabra de quienes solo saben interpretar su voluntad brillan como se merece. Es incomparable la inefable fonética de la palabra transubstanciación pronunciada en la bóveda de una catedral que en un periódico cualquiera, incluido el Abc.

Los obispos se empeñan en que la religión aparezca hasta en los desayunos de la televisión. No perciben que eso es devaluarla hasta el grado máximo. La religión en la prensa y en la televisión está sometida continuamente a cualquier sarcasmo, sátira y blasfemia, pronunciados además por gente indocta en materia evangélica.

La Iglesia debería exigir al ente público que llaman Televisión Española que dejara de dar la tabarra con la religión. No lo digo porque la televisión, al ser una institución pública perteneciente a un Estado aconfesional, esté pasándose por sus respectivos cátodos la constitución. Llevan muchos años haciéndolo y son incapaces de comprender qué significa dicho concepto. La razón es otra. Consideren que al hacer continuo alarde exagerado de la religión católica están a punto de hartar al más pintado. Y sepan que el efecto de esta permanente locución es contrario al perseguido. Lo único que ha traído es su desprestigio.

De hecho, las sectas religiosas no católicas de este país han aumentado cosa infecta. Fenómeno de sociología religiosa que algunos han atribuido al hecho de que la televisión transmita misas y rosarios en directo sin fallar una semana. La gente no es tonta aunque sea religiosa y se da cuenta que dichas misas y celebraciones son soporíferas y no tienen encanto alguno.

Sucede lo mismo con las procesiones y actuaciones de cofradías religiosas, que están instaladas en la permanente rutina y en la falta de originalidad. Y Dios, no les quepa la menor duda, es la suma originalidad.

Por si no disponen de datos, les diré que, durante el año de 2011, TVE destinó a programas y retransmisiones de carácter religioso un total de 2.973.554 euros, según recogen distintos medios especializados en televisión, y tras una pregunta escrita del PSOE en el Congreso.

El grueso de la partida se lo llevó la religión católica, con 1.521.722 euros para programas y 785.088 euros para la programación especial que emitió TVE con motivo de la visita del Papa por la Jornada Mundial de la Juventud.

He aquí, pues, una de las razones claves del progresivo deterioro de la religión y de la falta de enjundia teológica de la mayoría de los católicos de este país. Al pretender la iglesia que la religión esté en todos los sitios y en todos los medios informativos, acabará estando en ninguno.

Además, debería reparar en que su obsesiva actitud por aparecer en todos los sitios y de forma simultánea sería una ofensa a Dios, toda vez que solo Dios es Ubicuo. Y, como conocedores del texto bíblico, querer ser como Dios es un pecado de soberbia que se castiga con la expulsión del paraíso.

Avisados quedan.

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