Víctor Moreno. Modesta sugerencia

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Hay que ser muy sádico para desear a los demás lo que no quieres para ti, que es el fondo ideológico cabrón de quien se exalta y se lo pasa bomba imaginando lo mal que vivirán millones de personas sin un euro en el bolsillo en los próximos años.

Desear verbalmente el mal a los demás es el comienzo de cualquier crimen. Y manifestarlo con alegría y con vehemencia, además de reflejar un odio más o menos soterrado e irredento, es reflejo de una chulería cultivada desde la infancia en los reductos nunca desaparecidos del franquismo o de la autosuficiencia económica.

El exultante “¡que se jodan!” de la nínfula Fabra, más que un exabrupto tradicional y de las jons, es el reflejo atávico del estado mental que la derecha ha sentido y mostrado por la izquierda más o menos lumpen y de ribazo. Porque esta diputada, antes de que su gobierno anunciara al mundo la conversión del estado de derecho en estado de desecho, ya tenía formada en su cerebro la idea rijosamente respetuosa hacia las clases menos favorecidas de este mundo. Lo suyo no fue un acto de habla inconsciente, espontáneo e irreflexivo. En modo alguno necesitaba la retahíla de Rajoy para aclarar cuál era su protervo sentimiento acerca de los obreros y de los parados. Pensó siempre así y así seguirá pensando, a pesar de que haya pedido perdón y reconozca que dichas formas de hablar son incompatibles con su boquita de fresa.

Esa expresión es reincidente en el pensamiento de la derecha. En relación con la clase obrera, la derecha siempre ha pecado por obra y por omisión. Máxime si esta clase obrera estaba estigmatizada por los adjetivos de roja, comunista, revolucionaria y demás eufemismos derivados del maniqueísmo más obtuso. Históricamente hablando, la derecha lo único que ha estado haciendo con la clase obrera, parada o no, es joderla, por activa y por aoristo griego. ¿Qué fueron, si no, los cuarenta años de franquismo, la representación de una obscena jodienda de los rojos por parte de quienes ganaron la guerra civil?

En cierto modo, el grito de esta galopina del franquismo en el Parlamento, quizás, sea el tenebroso recordatorio de esa historia inmediata en que la derecha jodió cuanto quiso y más a quienes, desprovistos de cualquier poder, padecieron sin cuento la dictadura de La Culona. La derecha, y más la que mamó maneras facciosas de cierto sector franquista del PP, nunca ha tenido idea buena sobre la clase obrera, a pesar de que, en algún momento, haya pretendido ser el partido de los señores trabajadores, o de los ciudadanos sableados por el IVA.

El portavoz del PP en el Congreso, Alonso, aseguró que su partido amonestaría a esta lenguaraz por decir en público lo que toda la bancada de derechas dice en particular, pero que no esperase la chusma ninguna satisfacción de verla expulsada de su pesebre. Este portavoz, que parece haberse escapado por los pelos de un incendio, se equivoca si considera que esperábamos el cese de dicha parlanchina. Para nada. Conocemos bien la necesidad que tiene el PP de estos personajes de abajo para que digan lo que realmente piensan los de arriba y no se atreven a decirlo.

Lo que sí resulta desconcertante en esta anécdota es que su ilustrísima, el cardenal Rouco Varela, no tomara decretales en el asunto y excomulgara a esta deslenguada que tan feos modales anticristianos ha revelado poseer, a pesar de pertenecer a la mutualidad católica, apostólica y romana.

Lo que deseó esta diputada a los parados iba contra la línea de flotación de la propia Rerum Novarum, que ya es decir. Es la flatulencia más antievangélica que pueda echarse a la dentada cualquier discípulo del Nazareno. Una persona así, seguro que tiene cabida en un partido político como el PP, al fin y cabo, él y sus antecesores ideológicos se han pasado la vida jodiendo a los obreros, pero no cabe imaginarla en una iglesia que postula para sí el amor al prójimo por encima de cualquier contubernio.

De verdad. Esperaba algo más del ínclito Rouco. La Conferencia de sotanosaurios ha perdido una ocasión extraordinaria para poner en práctica lo que a bombo y platillo ha denominado Nueva Evangelización de España. La Providencia de la Crisis moral y económica, más lo primero que lo segundo, les había puesto a güevo una situación perfecta para demostrar cómo realmente entiende la iglesia jerárquica española dicha evangelización.

Da la sensación que a la Conferencia se le va toda la fuerza doctrinal en su lucha particular contra la cultura de la muerte, representada por los ateos y por los homosexuales, valga la redundancia, pero nada contra los malos cristianos que de modo tan ostensible ensucian el mensaje del evangelio. ¿Cómo puede inhibirse la autoridad de Rouco Varela ante el hecho de que una de sus acatolizadas miembras pida públicamente el mal universal para los parados, y lo haga, además, con expresión tan horrísona a los ojos del propio Martínez Camino? Una diputada, que se expresa tan diametralmente opuesta al evangelio de san Mateo y a la encíclica del papa actual Dios es amor, no puede tener sitio en una iglesia que pretende evangelizar España con, precisamente, las armas del amor y sus derivados vitamínicos.

Menos mal que la Conferencia Episcopal, si lo desea, que no querrá, dispone de otras medidas para enmendarse y corregir así esta primera equivocación. No. No les voy a pedir que reparta sus rentas y estipendios millonarios entre los parados, que es lo que proclamaría cualquier militante cristiano de base.

Mi propuesta va en otra dirección. Como quiera que el Gobierno anda neurótico perdido tomando medidas para recaudar fondos y de este modo rebajar la deuda soberana, rogaría a la Conferencia Episcopal que elevara al gobierno del PP una instancia solicitando que los presos de este país abandonaran ipso facto las cárceles españolas. ¿Imagina la Iglesia lo que se ahorraría el erario con esta higiénica medida? Seguro que con los euros obtenidos se podría sanear más de un banco malo.

Eso, sí. La Iglesia española tendría que comprometerse con dar cobijo hospitalario y alimentación a esta población reclusa egresada. Para ello, sería necesario habilitar los conventos de este país. La convivencia entre monjes y reclusos a buen seguro que daría origen a más de una vida santa y piadosa.

De llevar adelante esta obra de misericordia, la Iglesia secundaría las labores de su querido gobierno en su obsesión recaudatoria, y, mucho más importante, llevaría la buena nueva del Evangelio a esa parte de la sociedad que más lo necesita.

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