Víctor Moreno. Entender a los otros

entendimientoProduce no sólo curiosidad, sino incertidumbre, indagar en qué nos causa más impacto, si las ideas de una persona o sus actos. Dicho con mayor plasticidad: ¿qué nos causa más perplejidad, leer esta idea de Schopenhauer, «el ruido sólo lo soportan los cadáveres y las mujeres», o, enfrentarnos a la anécdota, protagonizada por este mismo filósofo, y que, como la cuenta E. Lynch, la refiero yo. En plena revolución de 1848, Schopenhauer invitaba a los gendarmes a subir a su piso para que pudieran llevar a cabo su tarea con la mayor eficacia, disparando desde la ventana de su salón, «incluso se permitía ayudarles indicándoles dónde se escondían los rebeldes y contra qué blanco debían apuntar»?

¿Qué nos proporciona más conocimiento de la persona de Schopenhauer, su idea sobre el ruido o el hecho que protagonizó en plena revolución de 1848?

Con frecuencia, solemos descalificar, o alabar, a alguien, trayendo a colación sus ideas. En este sentido, recuerdo haber leído dos artículos, publicados en periódicos distintos, cuyo contenido se limitaba a consignar de forma generosa las afirmaciones de dos personas, una viva y otra muerta.

Ambos textos pretendían, no sólo descalificar sus ideas, que, también, sino, especialmente se le pedía al lector que repudiara a estas personas, que eran capaces de sostener aquellas tesis. Sutilmente se sugería que una persona, que defendiera tales ideas, no podía ser, en modo alguno, buena persona.

¿Se puede tener una ideología horrible -generalmente la del vecino lo es- y ser, al mismo tiempo, una buena persona o, por el contrario, tener una ideología implica intrínsecamente una perversidad moral manifiesta? Lo sugiero, entre otros matices, porque hay gente que considera que ser nacionalista, no sólo es incompatible con ser demócrata, sino con ser un ciudadano, ya no ejemplar, sino simplemente ciudadano. Y si no, que se lo pregunten a Savater, Arteta y Juaristi. Y a Vargas Llosa, ni te cuento.

Cuando algunas personas renegaban de la urbanidad de Cela, aclaraban ipso facto que sus exabruptos, acerca de lo humano y divino, no invalidaban su literatura. Es decir, los actos que protagonizaba Cela, no lo cuestionaban como escritor. Sin embargo, este mecanismo mental no se aplicará jamás con simétrica justicia a otros casos. Pienso, por ejemplo, en Sabino Arana. Se sacan a pasear sus ideas para, no sólo ponerlas a horcajadas de asno, sino, también, estigmatizar y «demonizar» su persona. Curiosamente, ninguna de las lenguas, que arremeten contra las ideas racistas de Arana, aporta un hecho de la vida del fundador del nacionalismo vasco que lo ponga a la misma bajura ética, que colocan a Cela algunos de sus detractores, entre ellos J. Llamazares. En Cela, sus declaraciones, no mermaban su literatura. En cambio, a Arana, sus ideas lo invalidan de forma total, como persona y como ideólogo.

Los libros, que narran anécdotas o hechos de una persona también intentan que, a través de aquéllas, deduzcamos lo maravillosa o malévola que era dicha persona, tuviera o no ideas, porque en el texto hagiográfico no aparecen, a no ser que se considere que éstas se esconden en dichos actos, como si fuesen su pátina o palimpsesto. Lo curioso es que, tanto si se trata de ideas como de anécdotas, quien recopila lo hace de un modo selectivo y, quien las lee, las interpreta a su manera. Por ejemplo, ¿qué puede deducirse de la anécdota de la famosa Teresa de Calcuta, volando al Haití de Duvalier, para estrechar las manos de este dictador? ¿Qué se puede deducir del hecho, también protagonizado por Teresa de Calcuta, al defender a uno de sus más importantes benefactores, el magnate norteamericano Charles Keating J. juzgado por de uno de los fraudes más importantes de la historia reciente de EUU?

Algunos, como P. Bourdieu, lo tuvieron siempre muy claro: «Se trata de una fundamentalista religiosa, una operadora política, una sermoneadora primitiva y una cómplice de los poderes terrenos y seculares» (Contrafuegos. Reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal. Anagrama. Barcelona, 1999). Es decir, Bourdieu deducía de varias anécdotas un tratado de ideología reaccionaria, y que él, como progresista, condenaba sin paliativo alguno. Pero ¿es correcto y justo este mecanismo? ¿Se puede deducir una ideología de un conjunto de anécdotas o, más grosería aún, de una sola anécdota? Y, al revés, ¿se puede deducir de una ideología el componente ético de una persona? ¿Cuáles son los límites de ese trasvase? ¿O no los hay? Eres la ideas que tienes y actúas en función de ellas. O eres lo que haces, importando muy poco si piensas esto o aquello. ¿Sí? ¿No?

La razón, ciertamente, es una poderosa maquinaria para justificar y descalificar todo tipo de hechos y de afirmaciones. Nada escapa a su influencia. Lo mismo podría decirse del sentimiento. Pascal ya decía que «todo nuestro razonamiento se reduce a ceder a nuestro sentimiento».

En unos casos, apelamos a la razón para justificar o descalificar a los otros. En otros, son los sentimientos quienes funcionan como confabuladores de nuestros movimientos y apetencias intelectuales. Y, tanto en un caso como en otro, el resultado final siempre es la justificación de nuestra conducta. Pero, rara vez, se dice en función de qué y para qué nos convienen dichas justificaciones.

En esa falta de verdad, subyace gran parte de lo que realmente se es y que, rara vez, aflora a la superficie.

Lo que pensamos de los demás está en relación directa con lo que pensamos y sentimos de nosotros mismos. Pensamos bien de los demás en la medida en que se parecen a nosotros. Cuanto más clónicos sean de nuestro yo ideológico y afectivo, más cariño les tendremos.

Y, como contrapartida, pensamos mal de los demás en la medida que nos advierten de lo que no somos, es decir, lo que son ellos.

Estamos condenados a entendernos con quienes ya nos entienden que, generalmente, son los que piensan como nosotros; y a rechazar a quienes ni nos entienden, ni, según nosotros, quieren entendernos.

¿Hay algún mérito en que Rajoy esté siempre de acuerdo con Cospedal, o al bies, y que Rubalcaba haga el mismo ejercicio meníngeo con lo que dicen que dice Rodríguez Zapatero?

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